Crítica:ÓPERA

Sólo un arma vale

"Sólo un arma vale". Lo dice Parsifal en la última escena de esta peculiar y genial obra wagneriana refiriéndose a la lanza sagrada, única arma que puede cerrar la herida de Amfortas, el rey del Graal. Pero circunscribiéndonos a la interpretación de esta ópera cabe decir también que sólo un arma vale. Y esta arma es la partitura. No se pueden olvidar, claro, las innumerables interpretaciones filosóficas y estéticas que ha propiciado la obra y que muchas veces, tanto o más que la propia música, han inducido a versiones musicales de muy distinto signo, desde una cierta pomposidad germánica a una...

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"Sólo un arma vale". Lo dice Parsifal en la última escena de esta peculiar y genial obra wagneriana refiriéndose a la lanza sagrada, única arma que puede cerrar la herida de Amfortas, el rey del Graal. Pero circunscribiéndonos a la interpretación de esta ópera cabe decir también que sólo un arma vale. Y esta arma es la partitura. No se pueden olvidar, claro, las innumerables interpretaciones filosóficas y estéticas que ha propiciado la obra y que muchas veces, tanto o más que la propia música, han inducido a versiones musicales de muy distinto signo, desde una cierta pomposidad germánica a unas delicuescencias pseudo-impresionistas, pero, a la hora de la verdad, lo que cuenta es zambullirse en la partitura y saber sacarle todo el jugo.Eso es lo que ha hecho Antoni Ros Marbà en su primer Pasifal, devorando con gula musical el suculento plato. Tiempo tendrá para digerirlo (no se es Knappertsbusch de la noche al día), pero los resultados de afrontar el reto han sido espléndidos, propiciando una versión a todas luces ortodoxa, equilibrada y de alto contenido dramático, con humilde fidelidad a lo escrito por Wagner, marcando el oportuno crescendo en las escenas del templo, propiciando tensión en la gran escena de Kundry y Parsifal y sabiendo crear una oportuna plataforma para que el excelente cuadro de intérpretes desarrollase su labor con pertinencia.

"Parsifal"

De Richard Wagner. Versión de concierto. Intérpretes: Eva Marton, Robert Dean Smith, Bernd Weikl, Hans Sotin, Nikolai Putilin, Robert Holzer y otros. Director: Antoni Ros Marbà. Orquesta Sinfónica y Coro del Liceu. Palau de la Música Catalana. Barcelona, 27 de diciembre.

Ros Marbà consiguió también un excelente rendimiento de la orquesta, no capaz todavía de ciertos preciosismos sonoros, pero que tocó con entrega, pulcritud y carácter. Del rendimiento extraordinario del coro, por otra parte, cabría hablar casi de sorpresa. Perfecto de volumen, de cohesión y de acento, un bravo para todos sus componentes, para Ros y para su accidental preparador, Peter Burian, de la Ópera de Amberes.Y si Ros Marbà fue el principal celebrante de este rito wagneriano, los principales cocelebrantes alcanzaron un gran nivel, comenzando por tres veteranos y grandes especialistas en la materia: la soprano Eva Marton, espectacular y aguerrida Kundry, muy brillante en el registro agudo y siempre en carácter; el barítono Bernd Weikl, de gran línea y muy intenso en los acentos de su Amfortas; y el bajo Hans Sotin, un Gurnemanz de extraordinaria nobleza y cuidada musicalidad.

Al lado de tan espléndidos intérpretes era difícil situarse, pero lo hizo el tenor Robert Dean Smith. Más joven que sus ilustres colegas, aunque sin su poderosa personalidad, mostró una voz de bello timbre y bien conducida con una facilidad en el registro superior no habitual en los tenores wagnerianos. Magnífico también, y muy en carácter, el Klingsor de Nikolai Putilin y del todo eficaz el Titurel de Robert Holzer. En el resto del reparto, todos cumplieron con eficacia, destacando Mireia Pintó, que interpretó, y muy bien, tres papeles distintos, aunque quepa apuntar que en el sexteto de muchachas flores brillasen más las individualidades que un conjuntado equilibrio.

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