Tribuna:

El fantasma 'rosa'

Al menos hasta la cumbre de Viena de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, que terminó ayer, no había demasiadas novedades en la política económica aplicada por la nueva mayoría socialdemócrata europea. El giro rosa hacia dosis políticas de crecimiento económico, con el objetivo de situar el desempleo en un porcentaje de un solo dígito, no pasa por el momento del voluntarismo y la retórica. Es verdad que ha cambiado el lenguaje y que el duetto déficit público-inflación ha sido sustituido por la dialéctica crecimiento-empleo, pero no mucho más. Han bajado los tipos de interés -deci...

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Al menos hasta la cumbre de Viena de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, que terminó ayer, no había demasiadas novedades en la política económica aplicada por la nueva mayoría socialdemócrata europea. El giro rosa hacia dosis políticas de crecimiento económico, con el objetivo de situar el desempleo en un porcentaje de un solo dígito, no pasa por el momento del voluntarismo y la retórica. Es verdad que ha cambiado el lenguaje y que el duetto déficit público-inflación ha sido sustituido por la dialéctica crecimiento-empleo, pero no mucho más. Han bajado los tipos de interés -decisión tomada de forma autónoma por los bancos centrales-, pero no hay medidas de acompañamiento.El espíritu de Pörtschach, cumbre informal del Consejo Europeo celebrada el pasado mes de octubre, en el que se dio carta de naturaleza a la mayoría socialdemócrata (después de la victoria de Schröder en Alemania), no se ha explicitado más que en la semántica. La política de una mayor expansión de la demanda, que apelaba a un cierto keynesianismo delorsiano, todavía es humo. Ahora se han enfrentado dos maneras dialécticas de combatir el desempleo; la propuesta por el eje franco-alemán, que consiste en esencia en una especie de Pacto por el Empleo complementario del Pacto de Estabilidad, "con objetivos vinculantes y verificables" (lo que significaría algo así como un sexto criterio de convergencia), y el documento firmado por Blair y Aznar, más deletéreo, que se apoya, una vez más, en las archirrepetidas reformas estructurales de los mercados laboral, de bienes y servicios.

Pues bien, el aparente giro económico, sobre el que nadie conoce aún su contenido, ya ha generado respuestas orgánicas. Hace unos días, las patronales francesa y alemana hicieron público en París un comunicado de tres folios dirigido a los jefes de Estado y de Gobierno de cara a la cumbre de Viena. En él, Medef y BDI (nombre de las organizaciones empresariales) expresaban ya su inquietud ante la creciente ofensiva socialdemócrata en defensa de políticas expansionistas para estimular el crecimiento de las economías, y pedían que se extreme el rigor en la reducción de los déficit públicos, sin lecturas alternativas y flexibles del Pacto de Estabilidad. "Cualquier política que trate de sostener artificialmente y a corto plazo la actividad económica, en lugar de reforzar la competitividad internacional de las empresas y la adaptación del sector público, iría claramente en contra del Pacto de Estabilidad".

Ambas patronales rechazan las intervenciones políticas para una bajada de los tipos de interés (la polémica que enfrentó a Oskar Lafontaine con el Banco Central Europeo) y se muestran "preocupadas por un aumento de presión en el seno del Consejo Europeo en favor de una reactivación del gasto público, basado en un esquema keynesiano ya superado".

Se trata de una crítica ideológica a priori. El presidente del BDI, Hans-Olaf Henkel, que en esas fechas se encontraba en París invitado por el presidente de la patronal francesa, Ernest-Antoine Seillière, declaró en una conferencia de prensa: "Estamos convencidos de que el Estado no es la solución y de que el verdadero problema es un Estado demasiado fuerte... Estoy inquieto ante un potencial eje keynesiano en Europa que intenta debilitar el euro". Pero hasta ahora esta crítica es tan sólo un juicio de intenciones. En la UE actual hay, como mucho, una especie de homogeneidad intelectual en la mayor parte de sus políticos (España aparte), con dos escuelas: la anglosajona, que representan el Reino Unido y los Países Bajos, partidaria de menos Estado, y la franco-alemana, que admite todavía con grandes dudas la independencia de lo económico y teme las bofetadas de un mercado incontrolado. Pero ninguna de ellas plantea más Estado y ambas admiten las recetas tradicionales de la política económica, aunque invirtiendo las prioridades.

Lo que ha habido es un cambio de tono, una renuncia al discurso oficial de los sacrificios permanentes que, bajo la influencia de Kohl, Waigel y Tietmayer, había dominado en Europa en los últimos años. No hay fantasma rosa.

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