"Mi libro de cabecera es el Quijote"

El politólogo francés Sami Nair ha hecho un largo recorrido para volver prácticamente al punto de partida. Del Mediterráneo al Mediterráneo pasando por España. Nació en Belfort, Francia, allí donde los fabrican fundamentalmente de alsacianos; de familia de origen argelino, educado en los jesuitas, salió francés de esos que sólo se encuentran ya en los libros de texto; doctrina republicana, laicismo como religión política y sentimiento insuficientemente trágico de la vida, creencia, en suma, diríase que biológica en la capacidad de Francia para amasar franceses vengan de donde vengan. Cuando aú...

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El politólogo francés Sami Nair ha hecho un largo recorrido para volver prácticamente al punto de partida. Del Mediterráneo al Mediterráneo pasando por España. Nació en Belfort, Francia, allí donde los fabrican fundamentalmente de alsacianos; de familia de origen argelino, educado en los jesuitas, salió francés de esos que sólo se encuentran ya en los libros de texto; doctrina republicana, laicismo como religión política y sentimiento insuficientemente trágico de la vida, creencia, en suma, diríase que biológica en la capacidad de Francia para amasar franceses vengan de donde vengan. Cuando aún no tenía 30 años, en los 70, obraba ya de profesor de la Sorbona y su pasión era la filosofía bajo el frondoso paraguas intelectual de Lucien Goldmann, el autor de El dios oculto. Eran los tiempos en que Sami Nair escribía cosas bellamente profusas como La dialéctica de la totalidad o Teoría de la revolución en la obra de Lenin. Pecados de juventud porque su libro de cabecera no dejó nunca de ser el Quijote, y la pasión cada vez menos recóndita de España ya le habitaba hasta que un día la conoció y se enamoró de ella.Hoy, en un medio siglo famosamente conservado, Sami Nair publica el libro que hace el número 10 de su obra antes en España que en Francia. Las heridas abiertas (EL PAIS-Aguilar) estará mañana en nuestras librerías y en francés sólo a partir de enero. "Es España la que me ha hecho volver al Mediterráneo. No el Magreb, de donde procedo". En Las heridas abiertas contempla con el dolor intransferible del que vive a ambos lados del problema la línea de puntos suspensivos que divide un mundo que nos debería ser común, desde el desgarro indignante del conflicto árabe-israelí hasta el tránsito en patera.

El autor cree en Francia, quizá más allá de toda lógica política, hasta el extremo de que considera verosímil el reto planetario que París dice que plantea a los Estados Unidos. Gaullista de izquierda, aunque él nunca se identificaría con esas siglas, afirma que la Gran Nación, siempre vecina, se halla "en un punto de recomposición de su identidad total y de reconsideración de su papel en el mundo. Francia ha entendido que en esta realidad de interrelación global ninguna potencia puede jugar un papel hegemónico. Y por ello la crítica que formula a Estados Unidos ha de entenderse como una toma de conciencia para promover una gestión compartida de los asuntos del mundo".

Para ello hacen falta, naturalmente, socios ad hoc, y entre ellos han de estar "España e Italia -los franceses recuerdan mal a Portugal- especialmente porque el cara a cara franco-alemán no puede ser el modelo de construcción europea del siglo XXI, y la relación con los países del Sur muestra esta voluntad de superar una relación únicamente horizontal. Alemania mira al Este y Francia mira al Sur".

Ese Sur tiene además, según Nair, ecuménicas acepciones, puesto que incluye muy prominentemente a América Latina. "Hoy sólo se piensa en lo mercantil, pero llegará el momento en que haya que definirse en lo geopolítico y Francia, Gran Bretaña y Alemania, con España como guía han de ser capaces de modular una nueva política de cooperación".

Pero esas geométricas precisiones europeas y atlánticas encuentran sus límites en una concepción del yo colectivo que tiene a Robespierre como santo patrón. "No vamos hacia una Europa-imperio porque no hay posibilidad de emperador. Hay que inventar una nueva Europa que no puede ser federal porque ha de saber integrar las esencias nacionales de cada país europeo". Aunque estemos en una conversación amical, casi de rebajas ideológicas, en un prolijo y mullido hotel parisino, Sami Nair sólo puede admitir que esa Europa "tenga algo que ver con lo confederal, quizá". No tentemos al diablo, que de un francés no se puede pedir más.

Y ese ectoplasma de futuro que casi nadie en Europa osa calificar de Estado, ha de tener, sin duda, su propia vía a la modernidad. "No hay tercer camino, no existe una pasaje secreto entre el liberalismo y la social democracia. Blair es sólo una ilusión. Hay que defender espacios sustraídos al mercado como la educación, la sanidad y, en general, el gasto social". Porque "hay una tradición que enlaza lo mejor del siglo XVIII, de la Ilustración, con la socialdemocracia". Keynes y Voltaire, directamente.

Y es que Sami Nair tiene algo del XVIII, del gusto por el descubrimiento que vale por toda una vida. Además del Quijote, lee y relee a Fernando de Rojas, Góngora, Lope, Quevedo, y entre los de este lado de lo contemporáneo, Juan Goytisolo, Valente, Delibes. Pero no nos engañemos, por encima de todos figura una trimurti imbatible para todos aquellos alumnos de primaria que un día oyeron decir en clase sin ruborizarse por el color de su piel: "Nosotros los galos..." "Entendí la economía política de la sociedad con Balzac; el estilo y el arte con Flaubert; y la historia con Stendhal".

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