Crítica:CINE

El Coyote y los Correcaminos

No cuesta trabajo entender por qué Barbara Probst-Solomon, una de las dos estadounidenses -la otra era una hermana de Norman Mailer- que ayudaron a Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana, en 1948, a escapar del Valle de los Caídos, donde cumplían una condena de ocho años de trabajos forzados por "actividades subversivas", puso el grito en el cielo cuando leyó el guión original que Fernando Colomo le hizo llegar antes del rodaje de estos Años bárbaros. Y es que la propia Probst ya había contado, en un tono ciertamente bien distinto, su peripecia en un libro espléndido, Los felices cuarenta, y...

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No cuesta trabajo entender por qué Barbara Probst-Solomon, una de las dos estadounidenses -la otra era una hermana de Norman Mailer- que ayudaron a Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana, en 1948, a escapar del Valle de los Caídos, donde cumplían una condena de ocho años de trabajos forzados por "actividades subversivas", puso el grito en el cielo cuando leyó el guión original que Fernando Colomo le hizo llegar antes del rodaje de estos Años bárbaros. Y es que la propia Probst ya había contado, en un tono ciertamente bien distinto, su peripecia en un libro espléndido, Los felices cuarenta, y aún volvería, hace unos meses, sobre el mismo tema en un modesto aunque interesante documental, que no tiene otra pretensión que evocar su juventud y la de los amigos muertos, el propio Lamana, Pepe Bent, Josep Pallach.Y es que, lejos del tono biográfico, y más lejos aún de la hagiografía del antifranquismo, Colomo ha optado por lo que mejor conoce, las formas de la comedia, para hablar de aquel momento. Es una opción respetable, digámoslo de entrada: como todo artista, el cineasta, que está pasando desde hace tiempo por un fecundo periodo creativo en ese mismo terreno -Alegre ma non tropo, El efecto mariposa, incluso la curiosa Eso-, nos induce a que juzguemos su trabajo no como a cada uno de nosotros le hubiese gustado rodar la, digámoslo claro, hazaña de las dos yanquis y sus amigos hispanos, sino por la forma que él ha adoptado para hacerlo.

Los años bárbaros

Dirección: Fernando Colomo. Guión: F. Colomo, Carlos López, José Ángel Esteban, Ángel Esteban, con la colaboración de Nicolás Sánchez-Albornoz. Fotografía: Néstor Calvo. Música: Juan Bardem. Producción: Beatriz de la Gándara y Fernando Bovaira, España, 1998. Intérpretes: Jordi Mollà, Ernesto Alterio, Allison Smith, Dey Burress, Juan Echanove, Samuel Le Bihan, Josep Maria Pou, Pepón Nieto. Estreno en Madrid: Canciller, Princesa, Lido, Ideal Multicines, Roxy B, Vaguada, Coliseum, Excelsior, Cid Campeador, Acteón, Morasol, Novedades, Cartago, UGC Cine Cité, Aluche, Renoir Cuatro Caminos.

No hay traición

No hay traición, que es otro de los problemas que el filme debía a priori afrontar, al espíritu de la historia personal de Lamana, Sánchez-Albornoz y compañía: al fin y al cabo, la forma de culminar el relato y el indisimulado homenaje que se brinda a los protagonistas de la historia -cuyas pintadas aún se dejan ver, indeleble grito de libertad, en los muros universitarios que ellos mismos pintaron hace 50 años- indican la dirección inequívoca de la lectura política, a pesar de que, comediante a fin de cuentas, Colomo se permita algunas bromas bien poco ilustres sobre la personalidad de los dos fugitivos.Pero lo que hay que reprochar al cineasta es, curiosamente, algo que no parecía en principio posible: que los estilemas genéricos no le funcionen casi nunca, y que sí lo hagan, en cambio, todos los momentos en los que el filme se orienta hacia el drama. Arrastra la película un problema grave, que casi nunca le permite avanzar como debería: al construir un antagonista de opereta, el fascista Marquina, verdadera sinécdoque de todo el régimen, que sólo está para hacer reír y que es una especie de Coyote que intenta frenar a los Correcaminos, el filme opera una reducción del sentido -político, histórico- en dudoso beneficio de la componente risueña, que culmina, además, de manera harto tonta, en una secuencia impropia de los cuatro o cinco guionistas que participaron en la aventura.

Claro que se entiende lo que a Colomo le interesa de la historia: mostrar a dos jóvenes con sus contradicciones, su deseo de vivir en medio de la opresión siniestra del franquismo, su capacidad amatoria en flor. Pero se comprende menos que, con los espléndidos actores que tiene, el cineasta opte por meterlos en el callejón sin salida de una peripecia absurda.

Y es una lástima: con los años, Colomo ha adquirido una solidez, una maestría en su trabajo que le permite obras de mucha mayor enjundia que esta historieta de buenos un poco bobos y malos de tebeo en el trasfondo de una España que ciertamente era mucho menos festiva que la que aquí se muestra.

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