Una ciudad tomada

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Utrecht se transforma cada verano con la llegada de su Festival de Música Antigua. Casi treinta sedes diferentes acogen durante diez días un aluvión de conciertos y manifestaciones musicales, más de la mitad de las cuales son de acceso gratuito. Poco antes del inicio del concierto inaugural, los campanarios de las iglesias de la ciudad empezaron a repicar incesantemente. Se marcaba así el comienzo de una fiesta permanente que permite no sólo oír música, sino también hacerlo en edificios históricos de gran belleza, sobre todo unas iglesias en las que uno parece habitar los cuadros de Saenredam. Un público devoto de este tipo de música se apresura a acudir de un concierto a otro (en un solo día pueden celebrarse hasta una docena), sorteando la nube de bicicletas que surcan incansables la ciudad. Un milagro posible gracias a una organización modélica y unos programadores rebosantes de erudición y buenas ideas.

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