SEMANA GRANDE DE SAN SEBASTIÁN

Los inválidos

Ocho toros saltaron a la arena y siete de ellos padecían invalidez. La mayoría padecían también mutilación de las astas.Mucho padecer es eso. Alguien debería emprender la defensa del toro y de la fiesta. Porque se ha llegado a un punto en el que la autenticidad de la fiesta y la integridad del toro quizá sean irrecuperables.

El punto es filipino: el público ya se ha acostumbrado a que los toros estén inválidos y muchos aficionados también; el público está convencido de que la fiesta consiste en ver un toro en el suelo mientras un tío compone delante posturas de bailarín, y muchos aficio...

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Ocho toros saltaron a la arena y siete de ellos padecían invalidez. La mayoría padecían también mutilación de las astas.Mucho padecer es eso. Alguien debería emprender la defensa del toro y de la fiesta. Porque se ha llegado a un punto en el que la autenticidad de la fiesta y la integridad del toro quizá sean irrecuperables.

El punto es filipino: el público ya se ha acostumbrado a que los toros estén inválidos y muchos aficionados también; el público está convencido de que la fiesta consiste en ver un toro en el suelo mientras un tío compone delante posturas de bailarín, y muchos aficionados valoran el academicismo de esas posturas del bailarín, indiferente a que el toro esté mordiendo el polvo a sus pies.

Zalduendo / Rincón, Ponce, Tomás

Cuatro toros de Zalduendo (dos devueltos por inválidos), sin trapío, sospechosos de pitones, inválidos totales, aborregados y hasta moribundos. Sobreros de Carmen Ordóñez: 4º con trapío, manso; 5º sin trapío, inválido absoluto.César Rincón: dos pinchazos y media (protestas); estocada corta caída, rueda insistente de peones -aviso- y descabello (ovación y salida al tercio). Enrique Ponce: pinchazo hondo trasero, rueda insistente de peones y cuatro descabellos (ovación y salida al tercio); bajonazo descarado (silencio). José Tomás: pinchazo -aviso-, pinchazo, estocada trasera y rueda de peones (ovación y salida al tercio); estocada -aviso- y se echa el toro (oreja). Plaza de Illumbe, 14 de agosto. 4ª corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada.

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La corrida correspondió a estas características: los toros se caían, el público aplaudía; el toro de desplomaba mientras el artista lo miraba altanero y el público aplaudía más. Cuando las caídas se producían en el transcurso de las faenas de José Tomás, que daba pases ajustados a los cánones, buena parte de los aficionados afirmaban que eso es torear.

Pases ajustados al canon de la tauromaquia clásica los dio José Tomás al impresentable y moribundo sexto toro, en el transcurso de una faena interminable. Pases, instrumentados desde la vulgaridad los dio José Tomás en el transcurso de su faena asimismo interminable al tercer toro, otro moribundo animalito de Dios.

Es curioso: cuanto más inválido está el toro más duran las faenas. Un caso digno de estudio. Aficionados de la facción menos conformista y aplaudidora lo resolvieron años ha: si el toro es una mona y no tiene una torta, el torero permanece tranquilo a su vera, puede estar dándole pases de aquí a la eternidad. No pases de cabal hondura sino superficiales, sin reunir ni obligar; pues si los instrumentara según mandan los cánones, al toro le daría un síncope y al torero quizá también.

Faenas que acaban con un aviso suelen ser reveladoras de la inconsistencia del toro y de la insustancialidad del toreo. De este corte fue la primera de Enrique Ponce, que corría de un lado a otro para no ligar nada, siempre estaba citando, componía la postura al embarcar y apenas iniciaba el remate ya escurría el bulto.

La segunda faena de Enrique Ponce no existió. El toro -sobrero de Carmen Ordóñez- tomaba el engaño y, humillado apenas, caía con todos los síntomas de haberse despanzurrado. Cualquier diestro con un mínimo sentido de la dignidad torera habría aliñado raudo para evitar semejante vergüenza. Mas no era el caso de Enrique Ponce que estaba empeñado en pegar pases, y seguía, y seguía, y seguía...

El único toro íntegro inspiró el único toreo coherente que pudo verse en la tarde. El toro, sobrero igualmente de Carmen Ordóñez, salió en cuarto lugar. El torero era César Rincón. Paradojas de la vida, Rincón había muleteado sin orden ni concierto, al borrego que abrió plaza. Y en cambio, al cuarto, un toro de estampa, enterizo y manso, lo toreó decidido por la derecha, cruzándose de verdad, mandando en los muletazos. Una tanda de naturales le resultó fallida, porque no se confió y le desbordó el toro, y ahí se diluyó el fuste de la faena.

La suavidad, la armonía, la ligazón de los derechazos y sobre todo de las tandas de naturales, los ayudados, las trincherillas, los cambios de mano que instrumentó José Tomás al sexto quedaron como paradigma del toreo bueno. Pero ese sexto toro no era tal toro: era un desgraciado animal, un inválido absoluto, un cadáver en potencia. Y torear un cadáver, ¿es torear?

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