Crítica:DANZA

En el mar de la diversidad

La característica principal de la danza moderna neoyorquina es su siempre alegre diversidad, su tono y talante abiertos a esa riqueza babilónica donde convergen y se mezclan culturas aparentemente divergentes. Tina Ramírez, directora del conjunto, desde hace muchos años se ha empeñado más que en nuclear un estilo, en abrir el abanico de la escena de danza a una multitud de microestilos que conforman ese caleidoscopio donde nada asombra porque todo es posible.El programa se abrió con Tierra de nadie, donde la catalana María Rovira estructura una obra coral para 11 bailarines con ciertos monólog...

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La característica principal de la danza moderna neoyorquina es su siempre alegre diversidad, su tono y talante abiertos a esa riqueza babilónica donde convergen y se mezclan culturas aparentemente divergentes. Tina Ramírez, directora del conjunto, desde hace muchos años se ha empeñado más que en nuclear un estilo, en abrir el abanico de la escena de danza a una multitud de microestilos que conforman ese caleidoscopio donde nada asombra porque todo es posible.El programa se abrió con Tierra de nadie, donde la catalana María Rovira estructura una obra coral para 11 bailarines con ciertos monólogos intimistas y buscando un ritmo propio e interior al tensar las evoluciones de conjunto. Los bailarines están muy entrenados, son enérgicos y con ese toque ciertamente cosmopolita que no demuestra otra cosa que también un entrenamiento de la misma índole.

Ballet Hispánico de Nueva York

Tierra de nadie: María Rovira / Salvador Nieblas y Joan Amargós; When dreams explode: David Roussève / Selena; Ritmo y ruido: Ann Reinking / Philip Hamilton y Toby Ralph. Cuartel del Conde Duque. Madrid, 7 de agosto

La segunda pieza, When dreams explode, trata del mestizaje y es reivindicativa de cómo sostener a toda costa la identidad y la umbilicalidad tras haber atravesado el mar y llegado a tierra extraña; la tónica es teatral, con cierto exceso de diálogos y abundancia de rap latino. El argumento habla de las fracturas sentimentales y traumáticas que se dan con la emigración, es un collage desgarrado y honesto que sobrecoge.

La velada concluyó con Ritmo y ruido, lectura ecléctica y dinámica que se combina a las bases musicales protoamericanas (jazz, soul) a un adorno étnico variopinto y donde se palpa una cierta influencia de la corriente neoyorquina que en su momento lideraron Morris y Bill T. Jones.

Con respecto a los bailarines destaquemos a Pedro Ruiz, que hasta toca las castañuelas y se le recuerda como un histórico de la compañía que ya estuvo en Madrid en la gira de 1989; la israelita Yael Levitin, la cubana Aymara Cabrera y el norteamericano oriundo de Chicago Chad Bantner, un bailarín de mucha plasticidad y generosa planta, cuya mayor cualidad es ser el espléndido partenaire que todas las bailarinas quieren para sí.

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