ASALTO A LA FORTALEZA EUROPEA

El sueño europeo atrae a miles de inmigrantes a través de Italia

Los turistas que tomaban el sol en la playa privada del club Mediterranée en Otranto presenciaron el 11 de julio un espectáculo insólito: el desembarco de siete inmigrantes kurdos que ganaron la orilla a bordo de una lancha neumática. En Otranto, como en las playas de Calabria, o en las de las islas de Lampedusa y Pantelleria, a un paso de Sicilia, la llegada diaria y masiva de tunecinos, marroquíes, albaneses, kurdos e iraníes, y, más recientemente, de kosovares que huyen de la guerra, se ha convertido en la pesadilla de la policía local y de los operadores turísticos. El fenómeno no es n...

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Los turistas que tomaban el sol en la playa privada del club Mediterranée en Otranto presenciaron el 11 de julio un espectáculo insólito: el desembarco de siete inmigrantes kurdos que ganaron la orilla a bordo de una lancha neumática. En Otranto, como en las playas de Calabria, o en las de las islas de Lampedusa y Pantelleria, a un paso de Sicilia, la llegada diaria y masiva de tunecinos, marroquíes, albaneses, kurdos e iraníes, y, más recientemente, de kosovares que huyen de la guerra, se ha convertido en la pesadilla de la policía local y de los operadores turísticos. El fenómeno no es nuevo en Italia, auténtica puerta de la Europa del bienestar por la que intentan penetrar todos los años miles de desesperados en busca de una vida mejor.Este verano, sin embargo, la situación amenaza con superar todos los límites, como lo demuestra la llegada de 3.000 clandestinos en las tres primeras semanas de julio. Con más de 7.000 kilómetros de costa que proteger y la necesidad de mantener los compromisos adquiridos con sus socios europeos tras la firma en marzo pasado del acuerdo de Schengen, las autoridades italianas reclaman impotentes la colaboración de Túnez y Marruecos para afrontar el problema.

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Los albaneses llegan por docenas en lanchas neumáticas velocísimas que les depositan al abrigo de la oscuridad en las costas de la Puglia. Tunecinos, marroquíes y norteafricanos en general desembarcan en Lampedusa o en Pantelleria, dos pequeñas islas del archipiélago de las Pelagias, próximo a Sicilia. Cruzan en frágiles barquitos las 70 millas náuticas que separan de la isla italiana los puertos de Monastir, en Túnez, o los de Sfax, Madia o Susa. Invierten los ahorros de una vida en pagar el pasaje, que oscila entre las 800.000 pesetas y el millón y medio, pese a que el riesgo de detención y repatriación, cuando no la muerte, lo convierten en una arriesgada apuesta de futuro.

Al ejército de desesperados se suman los habitantes de Sierra Leona, devastada por la guerra, y, más recientemente, de Kosovo. El jueves, 60 kosovares desembarcaron cerca de Otranto. Eran varias familias cargadas de niños a las que las autoridades italianas han ofrecido la posibilidad de solicitar asilo político dada la situación en la provincia serbia.

El pasado fin de semana, casi trescientos "clandestinos" fueron interceptados en Lampedusa por las patrullas costeras que mantienen la vigilancia las 24 horas del día. "En verano no nos dan tregua", declaraba a los periodistas Salvatore Orami, comandante de la Guardia Costera de la isla. Al menos este año, un pequeño centro de acogida se ocupa de atender a los clandestinos en espera de la siempre difícil identificación antes del reenvío al país de origen. La alarma causada por el flujo constante de inmigrantes se deja sentir en esta isla de 6.000 habitantes que vive del turismo, como la pequeñísima Pantelleria, donde el lunes pasado se ahogaron ocho inmigrantes de Sierra Leona que buscaban la Italia prometida.

Pero Italia no es una tierra fácil para estos desheredados. El norte necesita mano de obra extranjera para mantener a pleno rendimiento sus boyantes empresas, pero las altas tasas de desocupación al sur les convierten en blanco fácil de la demagogia nacionalista. "¿Qué vienen a buscar aquí si no hay trabajo para los italianos?", se preguntaba indignado ante las cámaras de la televisión un vecino de Lampedusa. Y los socios europeos vigilan desde Bruselas la solidez de las fronteras italianas. En estas circunstancias, el control de la inmigración clandestina se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza para el Gobierno de Romano Prodi, que se adhirió en marzo al espacio Schengen, el tratado que elimina las fronteras para personas y mercancías entre varios países comunitarios.

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Para evitar ser tildado de país coladero, el Ejecutivo aprobó una nueva ley de inmigración que entró en vigor el 27 de marzo pasado. La ley prevé unas cuotas fijas de admisión de inmigrantes legales y la expulsión de los clandestinos en el plazo de un mes, pero el Ministerio del Interior se ha encontrado con dificultades imprevistas a la hora de aplicarla. El principal escollo es que los inmigrantes que ganan la costa viajando en barcos destartalados, apiñados como animales, suelen carecer de documentación, y el Gobierno no puede devolverles a sus países de origen sin saber quiénes son. "Sólo existe un tratado especial con Albania que permite repatriar a los clandestinos de esta nacionalidad. Es urgente firmar un acuerdo similar con Túnez y Marruecos", declaraba recientemente la ministra de Solidaridad Social, Livia Turco. El Ejecutivo italiano ha pedido a los Gobiernos de Túnez y Marruecos que hagan lo posible para detener ese flujo de inmigrantes.

Frente a las acusaciones de la oposición política de haber provocado la catástrofe con una ley ineficiente, Napolitano ha echado mano de las cifras: desde que la nueva ley entró en vigor, 13.000 clandestinos han sido devueltos a sus países de origen. Pero la impermeabilidad de las fronteras italianas está lejos de ser un hecho. Aunque nadie es capaz de aventurar el número exacto de ilegales en Italia, Interior avanza la cifra de 235.000 personas en esta situación. ¿Cómo evitar la llegada masiva de inmigrantes si Europa es una isla de bienestar a un paso de la pobreza, la injusticia, la desesperación y la muerte? Consciente de que la nueva ley no basta como muralla de contención, la ministra Livia Turco declaraba: "Hay que proponer a países como Túnez y Marruecos no sólo represión, sino cooperación y desarrollo".

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