Crítica:FESTIVAL DE PERALADA

Los "monstruos" de Glass y Wilson no fascinan

La avanzada tecnología informática ha puesto en manos de los creadores un potencial de infinitas. La música y el teatro, en constante búsqueda desde el siglo pasado de la obra de arte total, tiene en ella una fuente de experimentación para crear las obras del siglo XXI. El compositor Philip Glass y el director teatral Robert Wilson han unido fuerzas para modificar con Monsters of grace -una obra interdisciplinar con música e imágenes generadas por ordenador- el sentido con el que hasta ahora el público ha percibido una representación en vivo. La obra, definida de forma poco adecuada y pret...

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La avanzada tecnología informática ha puesto en manos de los creadores un potencial de infinitas. La música y el teatro, en constante búsqueda desde el siglo pasado de la obra de arte total, tiene en ella una fuente de experimentación para crear las obras del siglo XXI. El compositor Philip Glass y el director teatral Robert Wilson han unido fuerzas para modificar con Monsters of grace -una obra interdisciplinar con música e imágenes generadas por ordenador- el sentido con el que hasta ahora el público ha percibido una representación en vivo. La obra, definida de forma poco adecuada y pretenciosa como "ópera digital en tres dimensiones", no consiguió, pese a su pretensión, fascinar al público en su estreno español el pasado viernes por la noche en el Festival de Peralada (Girona).

Sin hilo argumental -el libreto de la obra está basado en nueve poemas de tema amoroso del místico persa del siglo XIII Yalal al Din Rumi-, Monsters of grace es un experimento pura y simplemente estético que, con imágenes teatrales conceptualmente minimalistas e imágenes animadas digitalizadas y tridimensionales presuntamente poéticas, desconcierta e incluso aburre más que sugiere. No es este espectáculo -al menos en la versión 1.3 presentada en Peralada- un trabajo a despreciar por completo, pero sí es un experimento al que le queda un largo camino por recorrer y muchos cambios por hacer en su larga gira por Europa y Estados Unidos, hasta la primavera del año próximo, para encontrar la necesaria comunión entre escenario y público.

Filme estereoscópico

La parte estelar del espectáculo son las imágenes digitalizadas y tridimensionales que -al modo de un filme estereoscópico que hay que ver con unas gafas especiales de 3-D- se proyectan en una pantalla de 70 milímetros. Si en el cine este sistema funciona de forma moderadamente convincente, aquí, en una representación en vivo, las imágenes resultan muy primitivas y poco eficaces; la gigantesca mano que flota entre los espectadores como un holograma enigmático y acechante pierde fuerza por la casi ausencia de acción y el largo tiempo que dura el excesivamente estático efecto. Las imágenes de paisajes generadas por ordenador que adquieren profundidad pero que no se materializan en forma de holograma resultan casi tan primitivas como los videojuegos de primera generación.Las imágenes puramente teatrales, concebidas por Robert Wilson, son simples cuadros estéticos que, con gestos y elementos pretendidamente simbólicos, rayan en la trivialidad del anuncio publicitario.

La música de Philip Glass es probablemente lo mejor del espectáculo. Libre ya desde hace años de la tiranía del minimalismo más puramente radical y militante, Glass crea una serie de bellas canciones melódicas a medio camino entre la balada pop y la canción de musical americano, acertadamente interpretadas por un cuarteto vocal integrado por Marie Mascari, Alexandra Montano, Gregory Purnhagen y Peter Stewart.

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