Crítica:CINE

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Posiblemente, no haya en el mundo nada más parecido a una pequeña ciudad de provincias estadounidense que una pequeña ciudad de provincias australiana. Por eso esta película, que viene de los antípodas y que significó, hace un par de años, el debut en la realización de Shirley Barrett -por el que obtuvo la prestigiosa Cámara de Oro en el Festival de Cannes, el premio al mejor nuevo director-, tiene tanto de déjà vu.

Con su aire de película independiente, una historia llena de personajes extraños, extravagantes incluso; y una música que toma en préstamo desde temas de Glenn Campbe...

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Posiblemente, no haya en el mundo nada más parecido a una pequeña ciudad de provincias estadounidense que una pequeña ciudad de provincias australiana. Por eso esta película, que viene de los antípodas y que significó, hace un par de años, el debut en la realización de Shirley Barrett -por el que obtuvo la prestigiosa Cámara de Oro en el Festival de Cannes, el premio al mejor nuevo director-, tiene tanto de déjà vu.

Con su aire de película independiente, una historia llena de personajes extraños, extravagantes incluso; y una música que toma en préstamo desde temas de Glenn Campbell hasta el de Barry White que da título a la cinta, Serenata bien podría pasar por un filme estadounidense, de esos bien narrados, aceptablemente compuestos, pero irremisiblemente iguales a tantos otros que hacen de la desconfianza en la propia narración su sentido último.

Serenata de amor (Love serenade)

Estados Unidos, 1988 (93 minutos). Directora: Joan Micklin Silver. Intérpretes: Amy Irving, Reizl Bozyk, Peter Riegert, Jeroen Krabbe, Sylvia Miles.

Dirección y guión: Sherley Barret

Fotografía: Mandy Walker. Producción: Jan Chapman, Australia, 1996. Intérpretes: Miranda Otto, Rebecca Frith, George Shevtsov, John Alansu, Jessica Napier. Madrid: cines Picasso y Renoir (V. O.)

Vida inmóvil

Porque no de otra cosa parece hablar la película. Detrás de sus personajes un tanto chocantes, un triángulo bastante improbable formado por un curtido locutor de radio (Shevtos) y dos hermanas que se aburren mortalmente mientras sueñan, sobre todo la mayor (Frith), con una boda como mandan los cánones, con traje blanco incluido; su descripción de la vida inmóvil de las minúsculas ciudades del interior del continente australiano; de ciertas soluciones casi irreales (véase la secuencia final) y de algunos confortables cojines que la hábil realizadora emplea para no darse una torta irreversible -por ejemplo, decir constantemente que el personaje que parece el centro de la acción, Dimity (Otto), es "rara" para justificar lo que harán en cada momento-, de lo que habla el filme es sólo de una imposibilidad. O sea, de lo difícil que resulta contar historias, de lo virtualmente imposible que se le hace a algunos cineastas lograr penetrar detrás de la capa de lo ya dicho para buscar otro sentido, para ampliar los límites expresivos del medio.

Así, Serenata de amor termina resultando una película agradablemente hecha, que cuenta una historia que, de penetrar en ella -el no hacerlo, y no es difícil, significa sencillamente irse de la sala, tal es la radicalidad del comportamiento que presentan sus personajes-, puede llegar incluso a interesar; pero tras la cual resulta casi imposible no apreciar una especie de amputación, una impotencia narrativa que, hoy por hoy, solemos identificar con las búsquedas (?) de, otra vez lo mismo de siempre, los cineastas independientes estadounidenses, a cuya influencia esta película debe mucho más que su inspiración: le debe su mismísima existencia.

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