Tribuna:

La solemnidad no está reñida con las ideas

Cuando Valery Giscard d'Estaing perdió las elecciones frente a François Mitterrand dirigió a los franceses un mensaje de despedida a través de las pantallas de televisión. Al terminar, se levantó de su mesa de despacho, flanqueada por la bandera tricolor, y se dirigió, sólo y solemne, a la puerta. La cámara siguió su figura de espaldas, paso a paso, mientras sonaban los últimos acordes de La Marsellesa, hasta un fundido en negro. Al presidente siempre le habían gustado los gestos espectaculares aunque, a veces, esa tendencia altiva impidiera a una parte de los ciudadanos -y de sus coleg...

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Cuando Valery Giscard d'Estaing perdió las elecciones frente a François Mitterrand dirigió a los franceses un mensaje de despedida a través de las pantallas de televisión. Al terminar, se levantó de su mesa de despacho, flanqueada por la bandera tricolor, y se dirigió, sólo y solemne, a la puerta. La cámara siguió su figura de espaldas, paso a paso, mientras sonaban los últimos acordes de La Marsellesa, hasta un fundido en negro. Al presidente siempre le habían gustado los gestos espectaculares aunque, a veces, esa tendencia altiva impidiera a una parte de los ciudadanos -y de sus colegas, los políticos europeos- valorar convenientemente algunas de sus propuestas.La actitud de Giscard no ha cambiado mucho con los años; tampoco su capacidad de pensar en el futuro de Europa y de ofrecer algunas ideas brillantes. Una de ellas hubiera pasado desapercibida si no hubiera sido recogida por Karl Lamers, el portavoz de política exterior del partido de Helmut Kohl en el Parlamento alemán y una de las personalidades germanas más influyentes en temas europeos. Giscard d'Estaing propone que una vez lograda la Unión Monetaria, ''al lado" del Consejo de Ministros de Economía se cree un organismo consultivo integrado a partes iguales por representantes de los Parlamentos nacionales y del Parlamento Europeo.

¿Por qué? Giscard piensa que el proyecto europeo se ha desviado de la idea original y que conviene plantearse si el núcleo fundador, ampliado con España, Portugal e Irlanda, no debería fijarse objetivos más ambiciosos. La perspectiva federal, afirma, sólo puede ser aceptada por un número restringido de países, que coincide con los que van a adoptar el euro: "Ahí es donde se ve el contorno del núcleo federal europeo". El nuevo organismo acentuaría los aspectos políticos, y democráticos, de esa unión monetaria.

La propuesta no tuvo casi eco en Francia, ni desde luego en España, por más que José María Aznar asegure que conversa periódicamente con el ex presidente francés. (¿Quizás sólo les une el gusto por la solemnidad?). Donde esa propuesta ha tenido eco ha sido, curiosamente, en Alemania, hasta el extremo de que Lamers la defendió en una conferencia que pronunció recientemente en' Madrid: "Estoy firmemente convencido de que aquellos países que se ven como núcleo y avanzadilla de la Unión deberían hacer avanzar el debate sobre este tema". Para Karl Lamers, el euro provocará nuevas y difíciles cuestiones constitucionales en relación con la coordinación de las políticas económicas. "Los resultados de las consultas en el Consejo Euro-X [ministros de Economía de los países integrantes de la Unión Económica y Monetaria] o del Consejo Ecofin [todos los de la UE] pueden no tener significado jurídico, pero de hecho tendrán una gran transcendencia y comprometerán a los Parlamentos nacionales. ¿Cabría pues reflexionar sobre la propuesta de Giscard?''

Cabría, siempre que se crea, como Lamers, que Europa necesita "una especie de Constitución", en la que se fijen los valores fundamentales sobre los que se basa el proceso de construcción europea y se haga un reparto de competencias. Siempre que se crea que la unión monetaria no es un fin en sí misma y que los tres principales desafíos a los que se enfrentan los países europeos (modelo de sociedad, papel en el mundo y ampliación al Este) necesitan una respuesta común y que no es posible compartir la misma suerte económica y distintas suertes en política exterior y de seguridad. Siempre que se sepa que no se puede tener la misma moneda y hablar con distinta voz en el Fondo Monetario Internacional o en G-7. En España, para reflexionar sobre la propuesta de Giscard haría falta, además, que la solemnidad de alguno de nuestros políticos no estuviera reñida con las ideas.

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