Crítica:CLÁSICA

Nuevo triunfo de Pehlivanian

En su segundo concierto con la ONE, el maestro Pehlivanian nos ha dado nuevas medidas de su talento a través de autores y obras casi inconciliables. Comenzó con el breve e ingenioso Nocturno de Madrid, de Pablo Sorozábal, al que sacó el máximo partido en su evocación casticista de un Madrid que sonó tan refinado como la corte de Weimar. Como recuerdo a don Pablo, quizá las Variaciones o el preludio de los Burladores, que su mismo autor programaba en concierto, habrían resultado de mayor consistencia.De nuestros temas castizos saltamos al brillante lamento del eslavo Rasman...

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En su segundo concierto con la ONE, el maestro Pehlivanian nos ha dado nuevas medidas de su talento a través de autores y obras casi inconciliables. Comenzó con el breve e ingenioso Nocturno de Madrid, de Pablo Sorozábal, al que sacó el máximo partido en su evocación casticista de un Madrid que sonó tan refinado como la corte de Weimar. Como recuerdo a don Pablo, quizá las Variaciones o el preludio de los Burladores, que su mismo autor programaba en concierto, habrían resultado de mayor consistencia.De nuestros temas castizos saltamos al brillante lamento del eslavo Rasmaninov. El Tercer concierto en re menor añade a sus dificultades intrínsecas la de cierto cansancio por parte del público pues el abuso de obras y autores fatiga incluso al dispuesto a no reconocerlo. Pero un gran pianista cubano, ahora residente en España, Leonel Morales, protagonizó la obra de manera excelente. Su poderío mecánico, claridad, belleza sonora, expresividad sin el menor exceso, impulso rítmico y exacto sentido de la cantabilidad nos depararon una versión preciosista, pujante y detallada. El premio Guerrero de 1993 es un artista de gran línea, un nombre a retener entre los que serán representativos del siglo que llama a la puerta. Su triunfó y de sus colaboradores fue rotundo.

G

PehlivanianOrquesta Nacional. Director: G. Pehlivanian. Leonel Morales, pianista. Obras de Sorozábal, Rasmaninov y Stravinski. Auditorio Nacional. Madrid, 13 de febrero.

Para final, Stravinski y su Petruchka, ese milagro emblemático de la modernidad naciente antes de la I Guerra Mundial. Naciente y siempre renaciente pues estos pentágramas del gran ruso se descubren con sorpresa cada vez que un maestro de la vena y la imaginación de Pehlivanian los pone en los atriles. Escuchamos a la Nacional como en sus días grandes: impetuosa, fresca y juvenil. Una vez más director y conjunto nos maravillaron a través de la cultísima, popular e infinitamente poética Petruschka.

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