"Me gusta el póquer, ¿y qué?"

A sus 57 años, Ramón de la Parra, lo tiene claro. Lo suyo es el póquer descubierto. Lo juega un día sí, y otro también. "Me gusta el póquer ¿y qué?", declara con gesto ampuloso en el salón de su mansión de Mirasierra. Es un desafío.

El hombre hace años que abandonó su puesto de directivo en la empresa farmacéutica Sintex Ibérica para dar rienda suelta a la pasión de su vida. Una pulsión que le empuja desde la infancia, cuando a los 12 años, como él mismo confiesa, se esca paba de casa por la ventana para jugar por las noches al póquer cubierto y al julepe. "Mi padre, cuando se enter...

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A sus 57 años, Ramón de la Parra, lo tiene claro. Lo suyo es el póquer descubierto. Lo juega un día sí, y otro también. "Me gusta el póquer ¿y qué?", declara con gesto ampuloso en el salón de su mansión de Mirasierra. Es un desafío.

El hombre hace años que abandonó su puesto de directivo en la empresa farmacéutica Sintex Ibérica para dar rienda suelta a la pasión de su vida. Una pulsión que le empuja desde la infancia, cuando a los 12 años, como él mismo confiesa, se esca paba de casa por la ventana para jugar por las noches al póquer cubierto y al julepe. "Mi padre, cuando se enteraba, me arreaba unas palizas de miedo. Pero yo seguía", dice De la Parra.

Tras abandonar su empleo de ejecutivo se lanzó de lleno al escurridizo mundo de los naipes. Empezó a vivir de ello. "Yo no organizo, solo juego, soy un ludópata y me gano la vida con esto; juego y gano, porque soy un profesional", añade.

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Su locura por las cartas, y sobre todo por el póquer descubierto, han llevado a Ramón de la Parra a convertirse en un especialista en el arte combinatorio del azar y la mentira. Él mismo no duda en calificarse como el "mejor jugador de España de póquer". Y lo dice con la mirada fija en su interlocutor.

En ningún momento, se le ve vacilar. Sabe que la policía le pisa los talones, y la desafía; sabe que contra él se han abierto otros expedientes judiciales, pero está seguro de que los ganará, sabe que su . profesión, pasión y sustento, le alejan de los horarios de oficina para encerrarle en cuartos de penumbra, siempre en la cuerda floja de la apuesta. "Pero me gusta. Es lo mío. Soy un profesional, puedo perder, pero al final siempre acabó ganando", asegura.

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Pese a su fascinación por el juego, odia los casinos. Para él, la "casa" cuenta con demasiadas ventajas.

"Prefiero el cara a cara, y jugármela limpiamente. Sé dónde se juega, los garitos, bares y lugares donde cada noche hay póquer", añade, antes de concluir, con una declaración: "Vivo jugando y gano por el juego".

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