Guterres y Juncker se convirtieron en estrellas de la cumbre de Luxemburgo

Más que de adviento, la cumbre de la ampliación dejó un cierto sabor de gloria. El anfitrión, Jean-Claude Juncker, bordó un bello colofón: "Finalmente, la historia y la geografía de Europa se han reconciliado". Pero, en un banquete, tan importante como los sentimientos de los anfitriones es el grado de satisfacción de los invitados. Todos exhibieron similar alegría. "Estoy completamente contento", decía Jerryz Buzek, primer ministro de Polonia, el país decisivo en el grupo de los seis que se acercan a primera velocidad.

Los cinco zagueros, pese a quedar relegados, apreciaron el posible ...

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Más que de adviento, la cumbre de la ampliación dejó un cierto sabor de gloria. El anfitrión, Jean-Claude Juncker, bordó un bello colofón: "Finalmente, la historia y la geografía de Europa se han reconciliado". Pero, en un banquete, tan importante como los sentimientos de los anfitriones es el grado de satisfacción de los invitados. Todos exhibieron similar alegría. "Estoy completamente contento", decía Jerryz Buzek, primer ministro de Polonia, el país decisivo en el grupo de los seis que se acercan a primera velocidad.

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Los cinco zagueros, pese a quedar relegados, apreciaron el posible reenganche al pelotón de cabeza. Ésa es una "sabia decisión" que abre "una oportunidad fantástica para la reunificación de Europa", reconocía el rumano Adrian Severin. "El peligro de nuevas líneas divisorias entre los candidatos puede evitarse", asentía el eslovaco VIadimir Meciar, haciendo votos por encaramarse al primer grupo. Mientras, su colega letón, Guntar Krasts, auguraba el anclaje de su moneda al euro, o incluso la pura y simple introducción de la divisa común en su país.Operación redonda, salvo el interrogante turco. El memorial de agravios voceados ayer por Ankara no equivale a un descuelgue total. Queda tela. La cumbre ha consagrado también a dos nuevos protagonistas en la construcción europea. No a Tony Blair, atenazado por el quiero-y-no-puedo de la unión monetaria, ni a un Lionel Jospin oscurecido por el papel institucional en política exterior de su presidente, Jacques Chirac. Los nuevos protagonistas vienen de países pequeños. Son los primeros ministros de Luxemburgo y Portugal, Juncker y Antonio Guterres. Son la nueva leva (43 y 48 años). Uno del PPE, otro del PSE.

De Juncker dijeron todos maravillas. Ya hace un año fue quien cocinó el consenso del Pacto de Estabilidad del euro bajo presidencia irlandesa. Ahora, bajo la suya propia y pese a un traspiés diplomático (dijo una verdad inoportuna: "en Turquía se tortura") ha llevado a buen puerto el difícil parto de un embrión de política comunitaria de empleo navegando entre la Escila intervencionista y la Caribdis liberal; el nacimiento del Euro-X, conciliando a ins y outs; y el lanzamiento de la ampliación. "Júnior", como le llama cariñosamente Kohl, ya es un senior.

"Te llamarás euro"

El ingenio de Guterres apuntó en Madrid (1995) al bautizar la moneda: "Te llamarás euro y sobre este euro edificaremos". En Luxemburgo sugirió alternativas, hizo suyas las angustias de otros. Lideró en todas las discusiones: propuso los principios del Euro-X; sugirió abrir las puertas de la Conferencia Europea a Noruega, Islandia y Suiza; fue el primero en parar los pies a Jacques Chirac en su intento de mezclar el lanzamiento de la ampliación con el alcance de su factura financiera.Resucitó así el espíritu González, hacer propio el problema ajeno, acumulando credibilidad sobre la que forjar luego complicidades útiles cuando se pide árnica para el problema propio. Favores: el apoyo a la "doble decisión" sobre los misiles en 1983 y a la unificación alemana o el impulso hacia la unión política mediante la ciudadanía europea. Árnica: la duplicación de los fondos estructurales, el Fondo de Cohesión. Lo sabe y lo recuerda el canciller Kohl, otra vez revestido patrón del invento, quien cosecha su acariciada ampliación y un acotado avance (el Euro-X) hacia la coordinación de políticas económicas, ese designio francés que irá concretándose por fascículos.

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En clave española, lo bueno fue que el presidente del Gobierno, José María Aznar, entrase en el mercado fenicio. Superó la tentación del heroísmo aislacionista que le venciera en la cumbre del empleo, prestó ayudas (a Bonn, sobre la publicidad tabaquera; a Londres, aupándole ocasionalmente al Euro-X) y fraguó así alianzas, incluso sólo tácticas. En este caso, para aplazar la discusión financiera, no sólo con los sureños de interés coincidente, sino con el Norte (Alemania, Holanda) de propósito estratégico opuesto. Entre todos doblaron a Chirac. Experiencia que deberá profundizarse en los dos próximos años de encarnizada pelea presupuestaria.

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