Editorial:

Sol poniente

LA CRISIS financiera de gran profundidad a la que hace frente Japón, y que ha tenido su impacto más coyuntural en la quiebra del Yamaichi, el cuarto banco de negocios del país, va a poner a prueba, una vez más, la capacidad del mercado global para encajar los graves desajustes que no acaban de corregirse en el sureste asiático. La japonesa es la segunda economía mundial, tiene un fuerte grado de interconexión con las economías occidentales y, lo que es peor, el riesgo de la banca nipona con la deuda de los llamados dragones asiáticos, ahora en crisis, es muy elevado. Se calcula que el d...

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LA CRISIS financiera de gran profundidad a la que hace frente Japón, y que ha tenido su impacto más coyuntural en la quiebra del Yamaichi, el cuarto banco de negocios del país, va a poner a prueba, una vez más, la capacidad del mercado global para encajar los graves desajustes que no acaban de corregirse en el sureste asiático. La japonesa es la segunda economía mundial, tiene un fuerte grado de interconexión con las economías occidentales y, lo que es peor, el riesgo de la banca nipona con la deuda de los llamados dragones asiáticos, ahora en crisis, es muy elevado. Se calcula que el debilitamiento económico de la región podría hacer descender en un punto el crecimiento del PIB europeo y estadounidense y que las devaluaciones de las monedas locales aumentarán el déficit exterior de EE UU en unos 300.000 millones de dólares, además de obstaculizar el descenso generalizado de los tipos de interés.Pero si el problema de países como Corea, Taiwan o Tailandia fue el excesivo anclaje de sus monedas con el dólar, el caso de Japón es claramente distinto. La quiebra del Yamaichi demuestra que la crisis japonesa anida en su sistema bancario y financiero. Las instituciones de crédito niponas están pagando ahora las consecuencias de su extrema rigidez y de la dependencia, incluso orgánica, de las empresas industriales. Al contrario de lo que suele suceder en Occidente, la prioridad de los bancos japoneses es financiar las empresas industriales y, por tanto, están ausentes de una estrategia autónoma.

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Uno de los efectos más indeseables de esta interdependencia es el absoluto descuido en la gestión de los riesgos, internos y externos. Sólo así se entiende que la banca japonesa acumule una parte importante, casi un tercio, de la deuda exterior de Corea, evaluada en 100.000 millones de dólares, y de otros países, entre ellos Estados Unidos. Para tapar el volumen de crédito dudoso cada vez más elevado, el complejo sistema crediticio japonés, gobernado corporativamente junto con las empresas a las que financiaba, se ha hecho día a día más opaco y proclive a prácticas contables irregulares como la creación de filiales en las que se concentra el riesgo crediticio. Éste es el modelo que acaba de entrar en quiebra con el hundimiento del Yamaichi.

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Varios bancos europeos tienen créditos prestados a los bancos asiáticos y japoneses. Por tanto, la crisis financiera de aquella zona afectará, sin duda, a Europa, aunque las secuelas resultarán probablemente amortiguadas por los sistemas de provisionamiento y control del riesgo de la banca occidental. Pero la crisis se está propagando a distintos mercados de América Latina (Brasil y Argentina) como consecuencia del descarte inicial de valores de los mercados emergentes. Aunque por el momento no es razonable temer una crisis global, lo cierto es que la persistencia de convulsiones bursátiles en el sureste asiático y la amenaza de un terremoto financiero en Japón pueden acabar trasladando sus consecuencias perniciosas, si no se corrigen, al conjunto de la economía mundial.

El tratamiento de la crisis japonesa es difícil y su solución requiere tiempo, pues su sistema financiero debe recomponerse casi en su totalidad desde nuevos criterios de independencia de gestión respecto a la industria, atención prioritaria a los riesgos o créditos dudosos mediante,una política rigurosa de provisionamiento y transparencia. Además, la competencia bancaria interior debería abrirse a más bancos extranjeros. De nuevo, cabe lamentar la ausencia de instrumentos de intervención globales que permitan hacer frente a este tipo de problemas transnacionales. Urge crear un sistema de intervención financiera rápida.

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