Crítica:DANZA

Espejos sin imagen

El taller en piezas deja bastante que desear y decepciona; es una pieza pedante, carísima y su estructura que se pretende singular no es en el fondo original. Ahora resulta que todas las jóvenes vacas sagradas de la nueva danza francesa incluyendo la estirada crítica, que tanto denostaron a François Verret le imitan sin el menor pudor: la voz, la inclusión de actores, la huella del absurdo dentro de un caos moral y esa falaz intención para ir de lo aleatorio a lo sinfónico que, en el caso de Monnier se queda todo en ese poder francés para epatar a un público inocente.En este caso tambié...

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El taller en piezas deja bastante que desear y decepciona; es una pieza pedante, carísima y su estructura que se pretende singular no es en el fondo original. Ahora resulta que todas las jóvenes vacas sagradas de la nueva danza francesa incluyendo la estirada crítica, que tanto denostaron a François Verret le imitan sin el menor pudor: la voz, la inclusión de actores, la huella del absurdo dentro de un caos moral y esa falaz intención para ir de lo aleatorio a lo sinfónico que, en el caso de Monnier se queda todo en ese poder francés para epatar a un público inocente.En este caso también, dudo bastante del sistema de composición y del estilo y hasta de la ética del resultado: la hoy poderosa coreógrafa exhibe medios, poder y lujo pero ¿adónde va?, ¿a quién le habla?, ¿qué organiza castigando inmisericordemente a unos artistas a los que se ve bien entrenados y en honestidad al asumir esos papeles donde se les hace correr del caño al coro sin cesar?

Mathilde Monnier

El taller en piezas: coreografía,M. Monnier; escenograria, Annie Tolleter; luces, Eric Wurtz; vestuario, Christine Vargas; música, David Moss. Festival de Otoño. Nave de las Terneras. Madrid, 14 de noviembre.

El ámbito blanco en que se desarrolla la obra puede evocar el hospital, la casa de los locos y al menos en eso la atmósfera adquiere un sentido que se debilita cuando el propio espectáculo va careciendo de proyección. La música es quizá el aparato de tortura usado con refinamiento oriental por la artista. David Moss merecía aunque fuera una breve biografía en el programa de mano porque siempre conviene estar alerta para huir en sentido contrario al que se acerque. Podía hablarse de fraude sonoro, pero se sabe que no es así. Es simplemente el error al elegir lo más tangencial e inverso al gusto, con la idea de que por esa vía, puede llegarse a una cierta originalidad. Nos resulta difícil encontrar aquí a la Mathilde Monnier de otras veces, segura y emocional. A lo que ella llama tránsito es solamente descomposición de una experiencia que revela una etapa de crisis creativa.

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