Tribuna:

El habla única

Mientras en Nueva Zelanda, en Cataluña, en Irlanda o en Euskadi recuperan consistencia sus lenguas vernáculas, a lo largo del mundo, cada dos semanas, se extingue un habla más. De los 6.500 lenguajes que actualmente hay censados en el planeta, una mitad se encuentran en peligro o en adelantado proceso de extinción; sólo lo hablan los más ancianos mientras el entorno no favorece su recuperación.Según los lingüistas, una lengua está sometida a parecidas asechanzas que las especies vivas, y si los ecologistas se han manifestado desde hace dos décadas cada vez más activos en la preservación, con l...

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Mientras en Nueva Zelanda, en Cataluña, en Irlanda o en Euskadi recuperan consistencia sus lenguas vernáculas, a lo largo del mundo, cada dos semanas, se extingue un habla más. De los 6.500 lenguajes que actualmente hay censados en el planeta, una mitad se encuentran en peligro o en adelantado proceso de extinción; sólo lo hablan los más ancianos mientras el entorno no favorece su recuperación.Según los lingüistas, una lengua está sometida a parecidas asechanzas que las especies vivas, y si los ecologistas se han manifestado desde hace dos décadas cada vez más activos en la preservación, con las lenguas no ocurre nada parecido. Más bien al contrario, la proliferación de hablas en África y Asia, donde se ubican un 75% del total mundial, unas 5.000 en conjunto, la gran diversidad es considerada como un obstáculo para el desarrollo de las zonas. El inglés, por su parte, investido con el grado de "lengua franca", no deja de allanar, para bien y para mal, las diferencias regionales una vez que la comunidad más poderosa en ese área haya empezado a absorber la voz de otras.

Más o menos, las lenguas siguen las mismas leyes malthusianas que operan en la naturaleza. Pero sólo más o menos: el poder económico, el militar o el cultural acaban decidiendo por encima del sistema lingüístico de mayor categoría y fuerza interior. El inglés no es más que el mandarín; ni el castellano o el portugués podía considerarse superior a los principales lenguajes precolombinos. La conquista, sin embargo, de los españoles y portugueses sobre el Nuevo Continente hizo desaparecer miles y miles de lenguas a medida que los asentamientos se consolidaban. En Brasil, hoy, apenas quedan un 25% de las lenguas que existían en el año 1500 a la llegada de los primeros portugueses; pero además, de las 180 que ahora quedan sólo una la hablan más de 10.000 personas, según Time.

El choque entre grandes masas idiomáticas al estilo del inglés (primera lengua para 430 millones de habitantes), con el mandarín (800 millones de habitantes como primera lengua) o con el español (300 millones de habitantes como primera lengua) está saldándose con fenómenos de mixtura y, al cabo, con el predominio del inglés, aceptada ya como el patrón de valor.

En la actualidad el inglés, como primera o segunda lengua, es ya hablado por más de 1. 100 millones de personas y la proporción no cesa de crecer. En la actualidad un 75% de la correspondencia mundial se escribe en inglés, y en Internet el conjunto de la comunicación de cualquier clase supera el 84% en ese idioma. En España ya en casi un 25% de las ofertas de trabajo se exige el inglés.

El inglés no es desde luego la lengua más funcional ni sencilla de aprender: la gramática es complicada, la escritura endiablada y la pronunciación errática. El poder económico, el militar, el cultural de Estados Unidos ha decidido la conversión lingüística del planeta y de forma irreversible. El mundo se uniformiza culturalmente al tiempo que iguala la articulación de sus discursos económicos y científicos, por lo menos. La pérdida que este lenguaje único procura es semejante a la que se padece con el pensamiento único, dos caras de un mismo conocimiento simplificador.

Lenguajes distintos conllevan conceptos diferentes del mundo, mientras la polarización del punto de vista (o de habla) abrevia la contemplación. El mundo se hace más fácil de transitar, pero el viaje, más rápido, pierde interés sobre las autopistas. Las grandes autopistas de la comunicación están roturadas en inglés y es poco probable que su trazado cambie en el futuro. ¿Puede derivarse de ello una creciente igualación moral y desembocar en un planeta de diseño único? ¿Por qué no? Este es el proyecto que avanza cada día: un mundo configurándose como un supermercado de pudines culturales, raciales y sociales crecientemente promiscuo pero también indiferente a la secreta versión íntima del sabor, el sentido o el color.

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