Crítica:CINE

Ni un títere con cabeza

Conviene acudir a cada nueva película que dirige García Sánchez protegidos contra el propio García Sánchez, que no nos lo pone fácil a los espectadores, ya que parece negarse -o tal vez no sabe comportarse de otra manera- a caer en la tentación de dar esmero y buen acabamiento al torrente de ocurrencias que maneja, y que aquí, como de costumbre, parecen en ocasiones filmadas, montadas y encadenadas de espaldas a la cortesía del afinamiento y así dañadas por holguras fácilmente remediables.García Sánchez busca (o quizás es ésa su forma de expresión natural) un seco, difícil de intransitar, abru...

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Conviene acudir a cada nueva película que dirige García Sánchez protegidos contra el propio García Sánchez, que no nos lo pone fácil a los espectadores, ya que parece negarse -o tal vez no sabe comportarse de otra manera- a caer en la tentación de dar esmero y buen acabamiento al torrente de ocurrencias que maneja, y que aquí, como de costumbre, parecen en ocasiones filmadas, montadas y encadenadas de espaldas a la cortesía del afinamiento y así dañadas por holguras fácilmente remediables.García Sánchez busca (o quizás es ésa su forma de expresión natural) un seco, difícil de intransitar, abrupto camino sin adornos -y también sin retornos, pues Siempre hay un camino a la derecha es una película subversiva, e incluso sublevada, de los piel a la cabeza- en busca de lo directo, y, para trazarlo, no sólo no teme caer en la imprecisión, sino que, por el contrario, parece convocarla adrede, tal vez para no perderse en desviaciones e ir derecho (como el salivazo de un experto) al grano, que en este caso es grano no duro, sino durísimo.

Siempre hay un camino a la derecha

Dirección: José Luis García Sánchez. Guión: Rafael Azcona. Fotografía: Hans Burmann. Música: Chano Domínguez. Decoración: Miguel Chicharro. Montaje: Pablo G. del Amo. España, 1997. Intérpretes: Juan Luis Galiardo, Juan Echanove, Rosa María Sardá, Neus Asensi, Javier Gurruchaga, Adriana Davidova, Manuel Alexandre, Tina Sainz, Queta Cláver. Estreno en Madrid: cines Lido, Roxy B, Canciller, Excelsior, Vaguada, Ciudad Lineal, Liceo, Palacio de la Prensa, Velázquez, Victoria, Renoir.

Estamos ante una trepidante, desmembrada, divertida y furiosa fabulación sobre la miseria moral de la España de ahora, una devastadora incursión (sobre pasos de un humor más que negro) en el antediluviano baño de posmodernidad que -en esta ojeada de vitriolo que echan a sus alrededores Rafael Azcona y García Sánchez- envilece a una sociedad de por sí adocenada, que sigue siendo el mismo siniestro estercolero de negruras que dio lugar a las tradiciones del capricho, el esperpento y sus feroces secuelas, incluidas las cinematográficas, algunas procedentes de ambos cineastas.

Radiografia colectiva

Entre estas últimas, Siempre hay un camino a la derecha tiene aspecto de libérrimo arreglo de cuentas de unos españoles con desbordante talento iconoclasta contra la "patria estomagante" que escandalizó a Machado, aterró a Goya ensimismó a Gutiérrez Solana e hizo mondarse de risa a Valle-Inclán, y que ahora, tras el solar en que la dejó convertida el fascismo la democracia intenta perfumar con chaneles, pero sin previamente haberle arrancado la costra del hedor heredado. Y lo que a primera ojeada parece un sainete sobre algunas de nuestras (malas) costumbres se desvía bruscamente hacia una lúcida y desalmada radiografía colectiva.

Una de las ceremonias identificadoras de nuestra posmodernidad, uno de esos reality shows televisivos que indican el anclaje de España en el culo del Primer Mundo, es el marco de conversión que han elegido Azcona y García Sánchez para convertir esta nueva misa en misa negra. No queda ni un títere con cabeza en este demoledor y asqueante-e insistimos: formalmente algo balbuciente, como efecto del desapego de García Sánchez hacia las alquimias de la construcción cinematográfica repaso con guantes de lija a algunas zurraspas nacionales.

Dentro de ellas, la curva del viejo dicho de que "`siempre hay un camino a la derecha" es recorrida (que es lo que está ocurriendo ahora mismo aquí) hasta el borde extremo del esperpento y de la reducción de la vida española a sangrienta caricatura de la vida. Una tremenda y tremendista, divertida y saludable autoflagelación, que tiene mucho de puñetazo en la boca del estómago a los dueños de la caverna: los reaccionarios y (es lo mismo) los desmemoriados, y que (aunque tiene, junto a flaquezas, rasgos vigorosos) podría haber sido una película mejor que ésta, a poco que García Sanchez -puesto que cuenta con él guión adecuado para un cañonazo de esta envergadura y un reparto memorable- abriese el estuche de la regla de cálculo en lugar de dejar el arriesgadísimo esbozo que nos propone a merced de trazos a veces inseguros.

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