Tribuna:

En contra del determinismo económico

Una característica del mundo occidental desarrollado ha sido el creciente distanciamiento entre las clases populares y aquellos Gobiernos que han llevado a cabo políticas de austeridad social con reducciones del Estado de bienestar con el fin de adaptar sus economías a la globalización económica, facilitando su competitividad frente a la "amenaza" que supone la invasión de productos procedentes de países con salarios más bajos y con menor protección, social. Se asume así un determinismo económico que anula el espacio político, presentándose aquellas políticas públicas como las únicas' posibles...

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Una característica del mundo occidental desarrollado ha sido el creciente distanciamiento entre las clases populares y aquellos Gobiernos que han llevado a cabo políticas de austeridad social con reducciones del Estado de bienestar con el fin de adaptar sus economías a la globalización económica, facilitando su competitividad frente a la "amenaza" que supone la invasión de productos procedentes de países con salarios más bajos y con menor protección, social. Se asume así un determinismo económico que anula el espacio político, presentándose aquellas políticas públicas como las únicas' posibles. Esta postura se ha generalizado en la mayoría de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), y continúa reproduciéndose a pesar de la evidencia empírica que cuestiona sus premisas. En realidad, ni el globalismo económico es tan nuevo y tan extenso como se proclama, ni su escasa dimensión puede justificar las políticas de reducción de la protección social que está ocurriendo hoy en gran número de países de la OCDE. La importación de productos procedentes de los países subdesarrollados se ha incrementado del 1,1 % (de todas las importaciones de los países desarrollados) en 1966-1968 a un 5,5% en 1987-1989, un incremento importante pero en absoluto una amenaza. La gran mayoría (94,5%) del comercio continúa siendo entre países desarrolla dos. Es más, tal como muestra el informe Globalization of industry de la OCDE (1996), hay más exportaciones de los países desarrollados a los países subdesarrollados que importaciones de productos de países subdesarrollados a países desarrollados, con el añadido que la tasa anual de crecimiento de estas últimas importaciones ha ido disminuyendo en lugar de ir creciendo durante el periodo 1970-1991. En cuanto a la supuesta "huida" de la industria de los países desarrollados a los países subdesarrollados en busca de salarios bajos y poca protección social, aquel mismo informe muestra cómo esta movilidad ha disminuido también. en lugar de aumentado durante el periodo 1967 a 1991. En realidad, el nuevo empleo total producido por las multinacionales de la manufactura de EE UU, Japón y UE en los países subdesarrollados fue sólo de 60.000 puestos de trabajo durante el periodo 1979 (que ocupaba a 1,02 millones de trabajadores) a 1989 (que ocupaba a 1,06 millones de trabajadores), un número a todas luces insuficiente para explicar el paro o la disminución de la protección social o el descenso de los salarios en, los países desarrollados (Gordon, D., Fat and mean, Free Press, 1996). Estas cifras muestran cómo, en contra de lo que se repite con excesiva frecuencia en círculos políticos, económicos y financieros españoles, no hay tal "amenaza" por, parte de los países subdesarrollados, antes al contrario: la ganancia neta de los países desarrollados en relación a los países subdesarrollados ha sido de 163 billones de dólares durante el periodo 1984-1988, re presentando un caso claro de insolidaridad internacional. Por lo demás, y dentro de los países desarrollados, tal globalización (del comercio y/o del capital productivo) no puede presentarse como justificante para la reducción del Estado de bienestar.Un aspecto, sin embargo, de la globalización que sí es nuevo y amenazante es la globalización del capital financiero, resultado del colapso del acuerdo Bretton Woods en 1972 y de la consecuente gran variabilidad en la convertibilidad de las monedas, que ha motivado un flujo constante de capital financiero de carácter especulativo (1,2 trillones de dólares diariamente), que se mueve de un país a otro en plazos muy cortos, aprovechándose de los cambios constantes del precio de la moneda. En cuatro días de transferencias bancarias internacionales, resultado de las transacciones de divisas, se manipula más dinero que toda la producción creada por la economía de EE UU en un año o por la economía mundial en un mes. Esta movilidad especulativa de capitales financieros crea una gran inestabilidad monetaria responsable del enlentecimiento económico, como reconocía el que había sido gobernador del Banco Federal de EE UU (US Federal Reserve Board) señor Volcker, el cual afirmó que "desde principios de los años se tenta, el crecimiento económico de los países más desarrollados se ha reducido a la mitad (de un crecimiento del 5% al 2,5% anual). Y una causa importante de este descenso ha sido la inestabilidad financiera creada por la gran variabilidad e inestabilidad en el valor de las divisas" (Bretton Woods Commission, 1994). Esta inestabilidad favorece al capital financiero especulativo de tal manera que hoy las tasas de beneficios de las instituciones bancarias (resultado de su comercio de divisas) son las tasas de beneficio más altas de todas las actividades empresariales del mundo occidental. Esta globalización financiera -o sociedad financiera internacional del casino- es lo que se conoce en lenguaje popular como "mercados financieros" a los que se asume dictan las políticas económicas y sociales de los Gobiernos. Un caso claro de la fuerza de este dictado es el criterio que se ha impuesto para al canzar la unidad monetaria en la UE. Aunque esta unidad monetaria es necesaria a fin de reducir la variabilidad del precio de las monedas, el criterio aprobado para alcanzar aquella unidad monetaria (con reducción ,del déficit público por debajo del 3% del PIB) ha sido adopta do principalmente para satisfacer a aquellos mercados financieros que exigen unas políticas fiscales y monetarias que son hoy la causa más importante del enlentecimiento económico de la UE (el más bajo hoy en la OCDE) y del crecimiento del paro (el más alto de la OCDE). Es el triunfo del capital financiero sobre el productivo y del beneficio de carácter especulativo sobre el bienestar social. Un caso claro, entre muchos otros, es lo ocurrido en la Gran Bretaña durante el Gobierno conser vador muy próximo al capital financiero británico. Mientras la polarización social y pobreza aumentó de una manera muy considerable resultado de las políticas públicas de austeridad llevadas a cabo por aquel Gobierno, el centro financiero más importante de la Gran Bretaña, The City, manejaba un flujo diario de 460 billones de dólares sólo en comercio de divisas, con unos beneficios suficientes para erradicar la pobreza en aquel país. Es más, el dominio del capital financiero sin fines productivos debilitó en gran manera la capacidad industrial de aquel país con una de las tasas de crecimiento de la productividad más bajas en la UE y una tasa de creación de empleo (de 1979-1995) menor que Francia, Holanda y Alemania, sus mayores competidores dentro de la UE.

La gran influencia política de los capitales financieros sobre los Gobiernos explica su resistencia a desarrollar políticas económicas y sociales que reducirían su poder. Ahora bien, el resultado de esta aceptación de los Gobiernos al dictamen de estos, mercados financieros es el empobrecimiento de la democracia. Como escribió un editorial del Washington Post (10 de diciembre de 1995), "los mercados financieros y los bancos centrales que fijan los intereses son ahora los generales en una guerra que lleva 20 ños y que en teoría, se justifica como necesaria para controlar la inflación pero en la práctica vacía al Gobierno de su, poder y empobrece la democracia. Temerosos de in crementar los. impuestos y ate rrados de asustar a los mercados de bonos y seguridades, los políticos se han vendido a los financieros en las batallas por el presupuesto y las políticas fiscales, con el consiguiente deterioro de la protección social". Con razón la población en ambos lados del Atlántico se opone a este determinismo que les empobrece tanto económica como políticamente. En EE UU, tal rebeldía tiene lugar en forma de protestas de la población hacia la clase política, a la que se percibe como un estrato social privilegiado insensible a las necesidades de la población. El 75% de la población percibe a las instituciones, políticas controladas por lobbies económicos y financieros (Gallup Poll. XII-96). Como consecuencia, varios referendos populares han sido aprobados pidiendo la limitación del tiempo de servicio de los políticos. Es más, y como protesta por el deterioro de los servicios públicos y por el creciente distanciamiento entre gobernantes y gobernados, se han hecho varias propuestas de referendo en las que, de aprobarse, se exigiría que una condición previa para que una persona pudiera presentarse a un cargo electivo es que ésta se compro metiese a utilizar los servicios públicos (en caso de ser elegido). Es decir, que aquella persona elegida y su familia debieran utilizar las escuelas públicas y servicios sanitarios públicos, que son los que la mayoría de la población utiliza. En Europa, la resistencia al determinismo económico es la que explica las recientes victorias electorales del Gobierno laborista en la Gran Bretaña y de la coalición de izquierdas en Francia. En ambos casos, las opciones políticas vencedoras cuestionaron las políticas de austeridad social impuestas por los Gobiernos per dedores, y que éstos justificaban como inevitables y necesarias para alcanzar el criterio de convergencia dispuesto por el capital financiero. Con estas elecciones -y muy en especial en -el caso francés- se ha roto el consenso mayoritario en la UE, que hasta, entonces no había cuestionado el determinismo económico y financiero responsable de algunos de los problemas más graves de la UE. En España, estas políticas públicas, de austeridad social, están deteriorando la infraestructura humana y física del país, condenándolo a competir a base de la baratura del precio del trabajo y de su escasa protección social. Los recortes tan notables en el gasto público en educación, investigación y desarrollo, en las universidades y en las infraestructuras físicas (entre otros) son consecuencia de una pleitesía al capital financiero, que daña la eficiencia económica de España, además de empobrecer la calidad de vida de nuestra población.

Vicenç Navarro es profesor de Políticas Públicas en la Universidad Pompeu Fabra y en The Johns Hopkins Un¡versity, EE UU.

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