Tribuna:

De madrugada

Esto me retrotrae a la madrugada de aquel 27 de septiembre de triste e imborrable memoria. Entonces, hacíamos cola ante las oficinas de Correos con el texto del telegrama que miles de ciudadanos vascos enviáramos a Franco en solicitud de clemencia. El texto decía: "Su Excelencia el Jefe de Estado. Palacio del Pardo. Madrid. Rogamos a su Excelencia conceda indulto a los condenados a pena de muerte".Sin embargo, los despachos de telegramas sólo funcionan en horas de oficina, porque, en 20 años, los avances tecnológicos han arrinconado el uso del telégrafo como sistema de comunicación de urgencia...

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Esto me retrotrae a la madrugada de aquel 27 de septiembre de triste e imborrable memoria. Entonces, hacíamos cola ante las oficinas de Correos con el texto del telegrama que miles de ciudadanos vascos enviáramos a Franco en solicitud de clemencia. El texto decía: "Su Excelencia el Jefe de Estado. Palacio del Pardo. Madrid. Rogamos a su Excelencia conceda indulto a los condenados a pena de muerte".Sin embargo, los despachos de telegramas sólo funcionan en horas de oficina, porque, en 20 años, los avances tecnológicos han arrinconado el uso del telégrafo como sistema de comunicación de urgencia y, por otra parte, la abolición de la pena de muerte de los códigos civil y militar haría innecesarias las solicitudes de clemencia. Pero ahora todo es anacrónico. Básicamente, porque esta gente nos saca del tiempo a empujones de sus absurdas acciones. Es así que lo poco o mucho que, en 45 líneas, venía a decirles hoy, contra esto y contra aquello, que casi no me acuerdo -sí, contra la tendencia a desacreditar la crítica al Estado de derecho, considerándola como un intento cobarde de mantener equidistancias- resulta inoportuno y, por eso, voy de aquí para allá, esta madrugada que dura ya 28 horas, con las dos líneas de solicitud de clemencia, que no sé exactamente a quién debo dirigir, ni a dónde.

"En eso estamos peor", me digo mientras busco la cola expedidora de telegramas entre gente que no había visto nunca, a la que probablemente sólo me une ese sentimiento común de angustia de no saber a dónde dirigir el par de líneas que llevamos escritas solicitando el respeto de la vida de este muchacho, de cuyo nombre no deberíamos habernos enterado nunca y que, sin embargo, Miguel Angel Blanco Garrido, como el de Ángel Otaegi o el de Paredes Manot, nunca olvidaremos.

Siempre, cada vez que ETA recurre al disparate, me digo que va a ser la última, que el mundo que le rodea en el que me consta, aunque cada vez me cueste más hacerlo constar, hay personas de buena voluntad, contrarias a la pena de muerte en Alabama, que incluso enviaron aquel telegrama a Francova a unirse a la mayoría de nuestro pueblo solicitándole una tregua infinita. Hoy puede ser el día en el que se ponga fin a esta locura, a este horror que nos devuelve a aquella madrugada, y a todas las demás, en las que la muerte, reloj en mano y por expresa voluntad de unos hombres, invade a otros que anhelan la vida.

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Camus decía que para algunos hombres, saber lo que es realmente la pena de muerte y no poder impedir que se aplique es físicamente insoportable; a su manera, sufren también esta pena, y sin ninguna justicia.

No nos deben hacer eso. Hoy debe ser el día en que esta locura acabe, porque si no lo es, será definitivamente cierto que estamos condenados a vivir la madrugada indefinidamente, escribiendo textos inútiles de telegrama bajo la larga sombra de un general inexorable.Ramón Saizarbitoria es escritor vasco.

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