Crítica:DANZA

Balanchine vive

Este año la formación semiprofesional Ballet Clásico del Mediterráneo se ha visto mejor que el pasado, apoyado por un grupo de buenos profesionales de la danza académica que han sido, como era de esperar, lo mejor de la noche. De una parte la cubana Emma López en La Bayadera asumiendo un papel difícil con valentía; ella es firme en sus giros, posee arrojo en la bravura (quizá el mejor gen de la hoy difuminada en diáspora Escuela Cubana) y dio a su Nikiya del tercer acto de la obra (no el segundo, como reza en el programa) un sentido elevado de súplica dentro de la blancura de su lectura...

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Este año la formación semiprofesional Ballet Clásico del Mediterráneo se ha visto mejor que el pasado, apoyado por un grupo de buenos profesionales de la danza académica que han sido, como era de esperar, lo mejor de la noche. De una parte la cubana Emma López en La Bayadera asumiendo un papel difícil con valentía; ella es firme en sus giros, posee arrojo en la bravura (quizá el mejor gen de la hoy difuminada en diáspora Escuela Cubana) y dio a su Nikiya del tercer acto de la obra (no el segundo, como reza en el programa) un sentido elevado de súplica dentro de la blancura de su lectura, verdadero prolegómeno del ballet abstracto. Alfonso Martín en su Solor tiene condiciones y cierta solvencia técnica pero su juventud y nervios le traicionan.La bailarina de la ópera de París Agnes Letestu demostró clase, belleza académica, limpieza y una distinción aristocrática en sus evoluciones y el porte musical; su respiración al cielo y musicalidad se impusieron en Corsario y en Esmeralda (ese paso a dos que reúne en realidad cinco fragmentos sueltos del ballet franco-ruso perdido) entró en el registro de carácter sin descuidar esa manera tan francesa de suavizar el acento terreno.

Ballet Clásico del Mediterráneo

Obras de Marius Petipa, Maurice Béjart y F. Bujones. Festival Madrid en Danza. Teatro Albéniz, Madrid. 25 de junio.

Fernando Bujones, que una gran gloria fue, mostró impropiamente como propio un ballet ajeno, y esto es muy duro. Sí que hay mérito en su trabajo de cohesionar un grupo, inspira ternura su entusiasmo, pero no hay necesidad de plagiar al Balanchine pop de Who cares?, desde la tónica hasta la estética. Los diseños son bonitos y tanto trajes como decorados están bien realizados, pero corresponden de principio a fin con el original neoyorquino. La estructura, las frases, las caderas hacia delante en las chicas, los chorus line que homenajean irónicamente a Broadway: demasiadas sincronías y calcos con un original que está vivo y colea en el repertorio de medio mundo. Toda la plantilla estuvo bien y brilló especialmente Joaquín de Luz, que conserva el brío que le aportara la escuela Ullate, donde se formó y profesionalizó.

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