Tribuna

El banderillero de Las Ventas

El banderillero de Las Ventas vivía en Zaragoza. Estas cosas pasan. También la Dama de Elche vive en Madrid, y el golfo de León está entre Francia y Cataluña.El banderillero de Las Ventas era el encargado de un diminuto salón de billar y futbolines, pero nadie le decía "encargado", sino "jefe". "Jefe, ficha". "Jefe, que se atasca la ficha". "Jefe, bolas". Y el banderillero de Las Ventas, cuyo nombre y apellidos nadie sabía, avanzaba apoyado en una muleta, porque tenía amputado el pie izquierdo, decía que a consecuencia de una cogida en una tienta, un puntazo en el tobillo que tuvo la mala fort...

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El banderillero de Las Ventas vivía en Zaragoza. Estas cosas pasan. También la Dama de Elche vive en Madrid, y el golfo de León está entre Francia y Cataluña.El banderillero de Las Ventas era el encargado de un diminuto salón de billar y futbolines, pero nadie le decía "encargado", sino "jefe". "Jefe, ficha". "Jefe, que se atasca la ficha". "Jefe, bolas". Y el banderillero de Las Ventas, cuyo nombre y apellidos nadie sabía, avanzaba apoyado en una muleta, porque tenía amputado el pie izquierdo, decía que a consecuencia de una cogida en una tienta, un puntazo en el tobillo que tuvo la mala fortuna de que se le gangrenara. A medida que avanzaba, la bolsa con los cambios y las fichas que llevaba a la altura de la cintura -una auténtica bolsa marsupial- se bamboleaba de un lado a otro, lo que proporcionaba a su caminar un extraño efecto, ni desagradable ni tranquilizador, el leve desasosiego ante lo no habitual. Eso, al principio. Luego, la clientela se habituaba a los lentos desplazamientos y a su pericia en dejar la muleta, introducir la llave en la caja de las bolas de billar y sacarlas sosteniéndose con un solo pie, o bien levantar la caja del futbolín con una sola mano, mientras con la otra hurgaba en el canalillo donde la ficha se había atorado y desatascaba el conducto.

El banderillero de Las Ventas vendía cigarrillos sueltos de tabaco a cualquiera, y condones a los más mayores, los de preu, que llevaban a cabo la compra en grupos de tres o cuatro, como si se tratara de algo Ilegal o misterioso, y a los más pequeños así nos lo parecía.

A última hora de la tarde se dejaba caer por el local un limpia de pelo negro, aplastado con mucha brillantina, que ejercía su oficio en un bar de la plaza del Carbón, y el "jefe" y él hablaban de toreros y de corridas. El cuñado del limpia hacía de mozo de mulillas en la plaza de la Misericordia, y parece que había estado una temporada con Antonio Palacio y, luego, con Fermín Murillo.

El largo sobrenombre de "el banderillero de Las Ventas" le venía al personaje de un verano en que sustituyó a un banderillero en una cuadrilla que se había quedado desmochada, durante una novillada nocturna en la plaza de Las Ventas. Y fuese porque la plaza de Madrid le hiciese al hombre engrosar su pundonor, fuese porque se juntaron la suerte y el valor, el caso es que puso un par de banderillas en la cara del toro, aguantando, y le dieron una ovación.

No hubo más. Ni le salieron contratos con matadores de tronío ni se repitió su actuación durante alguna otra noche más, pero un gacetillero publicó un suelto en un periódico de Madrid y, de allí, le hicieron una reseña con su foto en El Noticiero, donde a dos columnas habían titulado: Banderillero en Las Ventas.

El sobado recorte estaba guardado en su abultada cartera, y sólo se lo vi enseñar en un par de ocasiones. Seguramente, allí vendrían su nombre y sus apellidos, pero nunca me fijé o en aquel tiempo no sentía curiosidad.

Una tarde -una tarde poco antes de los exámenes, porque hacía calor y llevábamos niquis de manga corta- el banderillero de Las Ventas se puso a discutir con el limpia sobre la diferente forma de componer la figura entre El Viti y Fermín Murillo, y en el calor de la demostración, en el entusiasmo por proyectar lo que sus ojos habían visto, el "jefe" se olvidó de que le faltaba un pie, quiso convertir la muleta de renco en muleta de torero, y se vino al suelo, y las monedas y las fichas se desparramaron alrededor, y algunos chicos reían, y otros aprovechaban el desorden para recoger del suelo y quedarse con algunas fichas de futbolín, y a mí me dio pena, una inmensa pena verlo allí tendido, y no porque supiera de las frustraciones que tantas veces trae consigo la búsqueda de la gloria, sino porque en verdad movía a compasión.

Una tarde de este año, antes de la Feria de San Isidro, vi a un hombre junto a un carrito de golosinas que cojeaba como el banderillero de Las Ventas. No era él, claro. Ya he dicho que vivía en Zaragoza. Si es que vive, porque según mis cuentas estará a punto de cumplir los 90 años.

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