Crítica:CINE

Tiempos de ignominia

No estaban los tiempos para grandes alegrías cuando el dramaturgo Arthur Miller escribió una de sus obras más cívicamente valientes y éticamente necesarias, Las brujas de Salem. Era en 1953; tiempos de macarthismo, de miedo, delación en masa y de muertes a las que sólo tecnicismos salvaban de ser nombradas como lo que eran: asesinatos legales.Frente al integrismo ultramontano rampante y al irracional furor anticomunista, la voz de Miller fue una de las pocas que resonaron con fuerza para denunciar la ignominia. Y lo hizo rescatando del olvido un episodio atroz de los tiempos de la colon...

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No estaban los tiempos para grandes alegrías cuando el dramaturgo Arthur Miller escribió una de sus obras más cívicamente valientes y éticamente necesarias, Las brujas de Salem. Era en 1953; tiempos de macarthismo, de miedo, delación en masa y de muertes a las que sólo tecnicismos salvaban de ser nombradas como lo que eran: asesinatos legales.Frente al integrismo ultramontano rampante y al irracional furor anticomunista, la voz de Miller fue una de las pocas que resonaron con fuerza para denunciar la ignominia. Y lo hizo rescatando del olvido un episodio atroz de los tiempos de la colonia, cuando un grupo de adolescentes de Salem, en parte para cubrir una falta, y bastante por temor a la reacción de sus mayores, se confesaron poseídas por el demonio y desencadenaron una caza de brujas en toda regla, que culminó con la muerte de 19 inocentes.

El crisol (The crucible)

Dirección: Nicholas Hytner. Guión: Arthur MIller, según su obra teatral homónima. Estados Unidos, 1996.Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Winoria Ryder, Paul Scofíeld, Joan Allen, Bruce Davidson, Rob Campbell. Estreno en Madrid: cines Vaguada, Palacio de la Música, Acteón, Juan de Austria, Luna (V. O. S).

No estaban en 1692, pero, sugería Miller, la delación repite desoladoramente la tragedia, como si hombres y mujeres fuesen incapaces de aprender de sus errores. Hoy tampoco estamos en 1953, pero en el aire vuelan las sospechas de un parecido integrismo moral y religioso. Quién mejor, pues, que el propio Miller para atreverse con un texto que nadie hasta ahora había adaptado en EE UU.

El resultado es un filme impecable, elegantemente académico, en ocasiones un tanto volcado hacia una espectacularización del drama que, no obstante, no empaña su valor. El implacable mecanismo teatral puesto en marcha por Miller se desarrolla en la pantalla con proverbial intensidad, llevado de la mano de un cineasta, el británico Nicholas Hytner, especialista en Shakespeare y galardonado por su debú tras las cámaras, La locura del rey Jorge.

La opción de Hytner es dejar caer el peso, en buena lógica teatral, en el trabajo de unos actores espléndidos, algunos más que otros: Winona Ryder, la despechada enamorada que provoca la catástrofe, está espléndida en un logrado cambio de registro, y sobre todo el gran Paul Scofield, el dogmático juez Danforth; bordan papeles que en el caso de Day-Lewis parece volcado a una caracterización en exceso contemporánea, demasiado héroe de nuestro tiempo, y no del que el drama recrea.

Es ésta, empero, una objeción menor, toda vez que el filme logra en el fondo lo que se proponía la obra, que es hacer reflexionar sobre el imperativo ético frente al terror religioso teñido de superstición, el peso de la integridad personal frente a la atrocidad de la delación y el abuso sin nombre del poder.

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