Editorial:

Dos lógicas

LOS ÚLTIMOS datos sobre inflación y desempleo con firman la impresión de que la economía española responde a dos lógicas distintas. Mientras los indicadores de estabilidad gozan de excelente salud, y así se ha he cho constar con satisfacción en el caso del déficit público y de la inflación, los indicadores de bienestar social parecen estancados. Ni el crecimiento del PIB el año pasado (2,2%) permite demasiadas expectativas sobre el de este año, ni la evolución de la ocupación y el paro es satisfactoria. El crecimiento del empleo neto el año pasado fue de 87.600 trabajadores, según la Encuesta ...

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LOS ÚLTIMOS datos sobre inflación y desempleo con firman la impresión de que la economía española responde a dos lógicas distintas. Mientras los indicadores de estabilidad gozan de excelente salud, y así se ha he cho constar con satisfacción en el caso del déficit público y de la inflación, los indicadores de bienestar social parecen estancados. Ni el crecimiento del PIB el año pasado (2,2%) permite demasiadas expectativas sobre el de este año, ni la evolución de la ocupación y el paro es satisfactoria. El crecimiento del empleo neto el año pasado fue de 87.600 trabajadores, según la Encuesta de Población Activa (EPA), mientras que en el mes de enero las cuentas del Inem arrojaban 40.000 parados más. Tanto los datos excelentes como los regulares deben ser examinados con prudencia. Es verdad que el índice de precios al consumo está batiendo marcas históricas de descenser. Pero se plantea el interrogante de si esta tendencia a la baja es compatible con la continua apreciación del dólar. Pues de la evolución al alza de la moneda estadounidense dependerá la elevación del precio del petróleo y de los productos importados que se pagan en esa moneda. Por otra parte, las consecuencias de la huelga del transporte son bastante explícitas: ya se anuncian subidas de precios como consecuencia de la escasez de productos.Sólo el mantenimiento del rigor puede aproximar los parámetros españoles a los criterios de Maastricht, fin último que todos compartimos. Pero si la prudencia es muy recomendable en el caso de la inflación y el déficit, en el caso del crecimiento y el empleo resulta imprescindible. Aunque los signos de recuperación del consumo son claros, un aumento del PIB del 3% este año parece difícil de alcanzar. Y la recaudación tributaría para este año, que debe permitir el control del déficit al mejorar los ingresos, depende básicamente del crecimiento económico. Con tasas de crecimiento inferiores al 3% -a las que, por otra parte, hay que acostumbrarse incluso para los periodos de recuperación económica como el que vivimos-, la reducción del paro no será rápida. Es previsible que la tasa de desempleo -en la medición de la EPA- se mantenga en tomo a un 20% durante algunos años.

La prudencia y la modestia son disciplinas difíciles, y este Gobierno no parece sobrado de ambas. De prudencia, porque la euforia desatada tras el último IPC por las instancias oficiales casi da por hecho que la peseta estará en la moneda única europea, cuando la disposición que conviene es de atención firme y cautela. De modestia, porque José María Aznar y Rodrigo Rato insisten en atribuir los éxitos en la lucha contra la inflación, que progresa a lomos de una restricción del consumo, de la evolución de las economías europeas y de una política monetaria bien articulada por el Banco de España, a una supuesta política económica del Gobierno cuya existencia no se ha podido demostrar. Para nadie es un secreto que los tímidos ensayos de liberalización económica de junio pasado no han dado frutos; las esperanzas de reforma laboral sobreviven lánguidamente a pesar de las atropelladas urgencias por parte del Gobierno; y que la reforma de la sanidad pública no acaba de cuajar por falta de criterios claros.

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