Crítica:ROCK

De calle

Una vez más, la parroquia española acudió en tropel a la llamada de la diversión guatequera, casi proscrita por las espesas modas del rock de ahora mismo, y los Fleshtones volvieron a demostrar que siguen conservando el arcano misterioso que les permite transformar, pongamos por caso, un velatorio o una sesión parlamentaria en una juerga descacharrante.El cuartero neoyorquino, cuya edad media comienza a alejarse vertiginosamente de la cuarentena, venían a España, uno de los países en los que más se les quiere y considera, a presentar su último disco, Favorites, ya directamente autoprodu...

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Una vez más, la parroquia española acudió en tropel a la llamada de la diversión guatequera, casi proscrita por las espesas modas del rock de ahora mismo, y los Fleshtones volvieron a demostrar que siguen conservando el arcano misterioso que les permite transformar, pongamos por caso, un velatorio o una sesión parlamentaria en una juerga descacharrante.El cuartero neoyorquino, cuya edad media comienza a alejarse vertiginosamente de la cuarentena, venían a España, uno de los países en los que más se les quiere y considera, a presentar su último disco, Favorites, ya directamente autoproducido y autoeditado por el grupo. Pero, como siempre ocurre con ellos, lo importante no es el legado discográfico de la banda, su nivel de ventas -casi siempre del tipo testimonial o, cuando menos, que no da para comer- o sus títulos inolvidables. Lo que más atrae de los Fleshtones es ellos mismos. Es decir, su capacidad escénica, su ritmo trepidante, su concepción del rock -riffs, estribillos de sha-la-la, juegos de subidas y bajadas de volumen e intención...- y su electricidad.

The Fleshtones

Peter Zaremba (voz y órgano), Keith Strengh ( guitarra), Bill Milhizer (batería) y Ken Fox (bajo). Sala El Sol. 1.800 pesetas. Viernes 7 de febrero.

De su repertorio, destacar las versiones de los Animals, Inside Looking, y los Kinks, The world keeps going round, canción con la que, cargando cada uno con su instrumento a cuestas y sin parar de tocar y cantar, se bajaron del escenario, salieron de la sala y terminaron en la calle, seguidos, en plan conga de Jalisco, por el respetable y ante los estupefactos ojos de las trabajadoras del amor que exhibían sus credenciales en los aledaños del recinto en el que se celebraba el concierto. Todo muy rockero, urbanita y desenfadado.

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