Luminosa incursión en el Pasolini oscuro

El Instituto Italiano expone una ruta inédita de acceso al subsuelo del poeta profeta

La exposición Pasolini, organizar el transhumanar, creada por Giuseppe Zigaina -singular indagador del intrincado subsuelo del artista friulano, asesinado en Ostia en 1.975- y abierta ayer en Madrid por el Instituto Italiano de Cultura, ofrece poderosos y sutiles accesos inéditos al oscuro subsuelo de la vida y la obra (en él, mucho más que en los demás artistas de este tiempo, una misma cosa) de Pier Paolo Pasolini. La composición de la muestra cuenta con la colaboración del profesor español Miguel Ángel Cuevas y propone una deslumbradora, sorprendente visión de un poeta que, desde sus primer...

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La exposición Pasolini, organizar el transhumanar, creada por Giuseppe Zigaina -singular indagador del intrincado subsuelo del artista friulano, asesinado en Ostia en 1.975- y abierta ayer en Madrid por el Instituto Italiano de Cultura, ofrece poderosos y sutiles accesos inéditos al oscuro subsuelo de la vida y la obra (en él, mucho más que en los demás artistas de este tiempo, una misma cosa) de Pier Paolo Pasolini. La composición de la muestra cuenta con la colaboración del profesor español Miguel Ángel Cuevas y propone una deslumbradora, sorprendente visión de un poeta que, desde sus primeros versos en 1944, anunció su muerte e hizo de esta profecía hilo conductor de su existencia.

Cuenta Guiseppe Zigaina: "En 1975, poco antes de morir, el escritor entregó al editor Einaudi un libro híbrido y misterioso titulado La divina mímesis, en el que esa mírnesis -con significado, procedente de la filosofia platónica, de imitación de la realidad- es divina en cuanto que perfecta".Y prosigue: "Es en estas páginas, en efecto, donde el poeta anuncia al mundo [y, efectivamente, así ocurrió] que será muerto apaleado y anticipa en forma de mímesis [lenguaje imitativo artístico] perfecta la realidad de su muerte. Propuso allí Pasolini que la mímesis perfecta de la realidad es la realidad misma y ése es el mensaje que deposita en el enigmático título" de este pequeño libro, en el que funde con la realidad su profecía (muerte por apaleamiento) del suceso mismo de esta muerte, ocurrida poco después en un descampado de Ostia, en ese desolado rincón de los alrededores de Roma que hace poco vimos en las pantallas cinematográficas recorridos por Nanni Moretti en su vespa de Caro diario.

La exposición inaugurada ayer consta de una veintena de paneles, algunos con reproducciones de fotografías del poeta y la mayor parte con cartelones rectangulares donde se ofrecen ampliaciones de algunos de los textos en los que, según Zigaina desvela, Pasolini nos da cuenta de su final y ofrece algunas claves indispensables para la relectura en profundidad de su obra, tanto escrita como filmada, a que obliga este hallazgo de fondo o, si se quiere, este desciframiento.

A la luz de esta profecía íntima descubrimos -en palabras de Zigaina: "Él organizó y construyó a lo largo de su vida, de forma deliberada, su muerte que el poeta, nacido en Casarsa della Delizia, Friuli, en 1922, llega incluso a hablarnos desde más allá de la vida, cuando en un poema de 1974, reconstrucción en lengua italiana de otro igualmente profético -"Cuando cambian de color las hojas, yo caeré muerto", escrito en dialecto friulano treinta años antes, en 1944-, se designa a sí mismo como "alguien que ha vivido", es decir: que ya ha muerto, a la manera en que el poeta peruano César Vallejo esculpió en palabras su célebre y (porque así también ocurrió) igualmente estremecedor: "Me moriré en París con aguacero en un día del que tengo ya el recuerdo".

Muchas llamadas, casi todas de tan oscura singularidad que bordean lo hermético, de Pasolini a esta desconcertante relectura de su obra en clave profética, quedan plasmadas en estos cartelones, de entre los cuales emerge como un puñetazo en los ojos la reproducción de un extraño dibujo realizado por el escritor en la puerta de su cabaña refugio de la laguna de Grado, en la isla del Safon. El instante en que pintó esta imagen fue recogido por el propio Zigaina, que era amigo suyo y le acompañó allí. En la imagen, reproducida encima de aquel dibujo en esta página, aparece Pasolini sentado en un taburete, mientras su amante Ninetto Davoli le entrega una concha de vieira que le había pedido que le alcanzase y que él pegó, incorporó al dibujo materialmente, es decir: como realidad hecha pintura.

Zigaina, tras la idea de Gérard Genette en Fronteras del relato, ve en la materialidad de esta conchiglia d'ostrica un anticipo de la divina mímesis, premonitoria de la muerte por apaleamiento a que hicimos referencia y que es uno de los hilos conductores de esta fascinante averiguación, plasmada en su Hostia (libro aún inédito en España), donde aborda en toda su complejidad esta visión del intrincado subsuelo alegórico de la poesía y el cine pasolinianos.

Dice Zigaina: "Es esta muestra el primer intento de trazar un recorrido no de museo o, peor aún, fetichista de sus obras, sino un itinerario espiritual en el cual la página escrita, el dibujo o la fotografía son signos que remiten a otros signos, a aquel discurso poético cuyo significado hasta hace veinte años permanecía oculto, pero que ahora, tras su muerte, puede ser reordenado". Esta reordenación -o visión pasoliniana de Pasolini- escandaliza a algunos italianos que creen haber entendido y, por tanto, agotado y domesticado la archimoderna energía antigua que el poeta creyó ver en su interior, originada por el hecho de saberse a sí mismo de principio a fin y ser no sólo dueño sino también constructor de su destino, conocimiento que le convierte en un personaje de estirpe trágica o, en palabras de Zigaina, en "una sombra de Sófocles".

Completan la enigmática exposición -su título, Organizar el transhumanar, desconcierta a causa de esta última palabra, arcaísmo procedente del Dante, que significa "trascender lo humano" y que dice que, tras sus apariencias, el lenguaje poético y visual pasoliniano requiere ser descifrado- las proyecciones (de lunes a viernes) de cuatro filmes que más dejan ver a este Pasolini profeta: Medea, Pocilga, El Decamerán y El Evangelio según San Mateo.

Pero se echa de menos entre estas grandes películas la expiación íntima de Saló, su testamento (por suicidio) cinematográfico y disparadero de la busca del poeta a su muerte y la conversión de ésta, como aquella conchiglia real de su dibujo, en su última construcción imaginaria hecha con la materia de lo real, la divina mimesis, con que quiso (e hizo) cerrar su vida.

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