Milán decae como capital cultural de Italia aplastada por el monocultivo de la moda

Strehler, Muti y otras figuras dudan de su futuro en la ciudad más ilustrada del país

En la Italia de las 100 ciudades, actividad editorial, ópera, teatro y exposiciones han tenido siempre su centro en Milán, elevada por sus instituciones hasta una capitalidad la cultura que Roma, más fuerte como ciudad-museo que como realidad urbana, conquistó nunca. La situación se mantiene. No surge una capital alternativa. Pero ni los libros, ni la ópera, ni el teatro, ni las exposiciones milanesas son ya lo que eran. Varios intelectuales lo han denunciado, y el escritor Alberto Arbasino, apunta una causa: la decadencia cultural milanesa se acentúa por el imperio de la moda.

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En la Italia de las 100 ciudades, actividad editorial, ópera, teatro y exposiciones han tenido siempre su centro en Milán, elevada por sus instituciones hasta una capitalidad la cultura que Roma, más fuerte como ciudad-museo que como realidad urbana, conquistó nunca. La situación se mantiene. No surge una capital alternativa. Pero ni los libros, ni la ópera, ni el teatro, ni las exposiciones milanesas son ya lo que eran. Varios intelectuales lo han denunciado, y el escritor Alberto Arbasino, apunta una causa: la decadencia cultural milanesa se acentúa por el imperio de la moda.

"Es posible que en Milán el éxito comercial de la moda haya humillado cualquier otra actividad ciudadana, porque la moda gana dinero y lo ofrece en cantidad, de manera que exige y obtiene sólo adjetivos elogiosos y superlativos, incluso subalternos, mientras todos los demás trabajos y oficios atraen unas veces elogios, y otras, críticas. Esto ha transformado una ciudad que era multiforme en un triste mono cultivo comparable con la Turín automovilística" de la Fiat, escribió recientemente Arbasino en el diario La Repubblica.La polémica sobre la decadencia de Milán es, sin embargo, antigua y recurrente, basada en síntomas larvados durante mucho tiempo, como los que Arbasino enumera: el estado deficiente de sus museos y galerías, desde el Palazzo Reale a la Pinacoteca de Brera; el retraso legendario de las obras de construcción de la nueva sede del Teatro Piccolo, aprobadas en 1978 y cuya conclusión, prevista por última vez para finales de julio, ha vuelto a ser retrasada; los problemas de La Scala, símbolo de la eficiencia y el buen hacer de la ciudad, que vive entre conflictos laborales y la incertidumbre de cuándo podrá ser dotada de un nuevo e imprescindible escenario con tecnología moderna. Es claro que, en ese contexto, el monocultivo de la moda puede ser un catalizador o una consecuencia, pero no la causa del problema.

Miseria

Giorgio Strehler, que, al hilo de su conflicto por el Piecolo, es el gran actualizador de la polémica sobre Milán, va aún más lejos a la hora de ensombrecer la situación de la capital lombarda. "La Milán de hoy es una ciudad del Tercer Mundo, que carece de la vitalidad de éste, y sus males no se reducen a la cultura. No tiene un auditorio para conciertos, pero tampoco tiene centros de congresos, ni piscinas decentes, ni un aeropuerto que resista la comparación con el de Bangkok, ni zonas verdes para sus niños. Ha tirado miles de millones en un nuevo velódromo, cuyo techo se hundió tras la primera nevada. ¿Es posible que nadie vea tanta miseria?", ha declarado.Un factor político -etiquetado como socialista- destaca en el análisis causal del vehemente director de teatro por encima de cualquier otra consideración moda incluida. "En los años cmcuenta", ha dicho, "la relación entre cultura, economía y finanzas era mucho más estrecha. Pero, a partir del socialismo craxiano, prevaleció un torvo do ut des (toma y daca), que ya no ha cambiado. Hoy falta una clase política culta y de envergadura en todo el ámbito político".

La caída de Bettino Craxi, gran amigo de Trussardi y gran impulsor de la industria de la oda, derivó del escándalo de la corrupción que, para Milán, centro de todas las grandes investigaciones, supuso el paso de símbolo de la Italia seria y que trabaja a una especie de versión bananera de las cuevas de Luis Candelas. Strehler se entiende aún peor con los nuevos políticos berlusconianos y de la Liga Norte, que controla el Ayuntamiento milanés. El pasado 4 de junio presentó su dimisión y, aunque ha llegado finalmente a un acuerdo, no se descarta que la tormenta continúa más adelante.

También desconfía de la Administración Riccardo Muti, director musical de La Scala, quien desmintió los rumores sobre su dimisión con estas ambiguas palabras: "En junio de 1995, tuve que acompañar con el piano una representación de La traviata. En junio de 1996, dirigí El oro del Rhin sin escenografía. Se puede tener vocación de guerrero, Pero incluso algunos generales romanos morían en el campo de batalla. Estoy cansado y enfadado, aunque dispuesto a seguir".

Muti, que es napolitano afincado en Rávena, tiene una visión menos local de los problemas, y así dice que "un teatro que cojea expresa un país que cojea", o que la atención por la música en Italia debe comenzar en la escuela". Pero su preocupación del momento es que, pese a las promesas municipales, la reforma de La Scala, que implicará el traslado provisional del teatro a otra sede, no esté concluida para el año 2001, cuando se celebre el centenario de la muerte de Verdi. "Si no contamos con esa garantía, es mejor retrasarlo todo. Tendríamos que perdir perdón al mundo, si La Scala estuviera cerrada ese día", ha dicho.

Sobre las raíces locales del proceso de la decadencia milanesa insiste, en cambio, un célebre periodista italiano, Giorgio Bocca: "El mito de la inmortalidad, de la eterna juventud, es el único que funciona todavía. Milán ha pasado de la solidaridad ciudadana a la beneficencia mundana, de las donaciones, a los desfiles de moda para la lucha contra el sida".

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