Crítica:31º FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN

Sangre caliente

Al sol no le queda más remedio que acudir a su cita con el festival donostiarra para reunirse con la diosa de la música afrocaribeña, Celia Cruz, y realzar una jornada festiva apta para todos los públicos. Pero el camino hasta la tierna, conmovedora Celia Cruz resultó largo y sinuoso.Otra dama, la primera programada en el apartado de piano solo inaugurado el pasado año, ofreció antes un recital introspectivo y directo, cauto y rígido ante las evidentes limitaciones técnicas, y algo romo en originalidad. El irreprochable repertorio propuesto por Shirley Scott, más conocida como organista, recib...

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Al sol no le queda más remedio que acudir a su cita con el festival donostiarra para reunirse con la diosa de la música afrocaribeña, Celia Cruz, y realzar una jornada festiva apta para todos los públicos. Pero el camino hasta la tierna, conmovedora Celia Cruz resultó largo y sinuoso.Otra dama, la primera programada en el apartado de piano solo inaugurado el pasado año, ofreció antes un recital introspectivo y directo, cauto y rígido ante las evidentes limitaciones técnicas, y algo romo en originalidad. El irreprochable repertorio propuesto por Shirley Scott, más conocida como organista, recibió un trato respetuoso pero lineal y sólo la modestia de planteamientos permitió escuchar con agrado 60 minutos de swing leve y etéreo. A pocos metros de allí, a cielo abierto, todo estaba dispuesto para, la gran ceremonia tropical.

Shirley Scott (piano solo)

David Sánchez Quintet. Celia Cruz con Óscar D'León y su orquesta San Sebastián. 28 de julio.

El quinteto del extraordinario saxofonista David Sánchez actuó de emisario y tanteó los ánimos de la audiencia. Casi toda estaba allí con una idea fija y el puertorriqueño tuvo que trabajar de firme para captar la atención. Desplegó un jazz colorista y brioso en el que la percusión abundante no actuó de lastre, sino de estímulo. Tocó boleros, calypsos y clásicos del jazz con cabal conocimiento idiomático y acabó recaudando su merecida cuota de reconocimiento.

La espera resultó abrasadoramente entretenida con la orquesta venezolana de Óscar D'León. El atlético director de la que está considerada mejor formación de salsa del mundo advirtió de entrada que su gente no se está quieta cuando suena el timbal. Como quiera que el timbal sonó alto y claro, la concurrencia empezó a creerse hermana de la espuma y del sol. Los contoneos se multiplicaron y los cuentarrevoluciones se dispararon. Sólo cabía preguntarse cómo la reina del ritmo cubano iba a apañárselas para subir la ya tórrida temperatura ambiental.

Puede que Celia Cruz no tenga aquella voz dúctil y llena de matices de los años cincuenta, pero lo que ha perdido en brillantez vocal lo ha ganado en tablas y poder de comunicación. Salió de rubio platino con un vestido negro de lamé plateado que se movía como un flan feliz a cada golpe de cadera. Abrió con dos títulos viejecitos y se explayó en dichos de cubana graciosa y cantos de cubana sabia.

Quiso cantar, pero no quiso cantar sola. El público ya se había rendido a su asombrosa naturalidad escénica y coreaba con ella a la más mínima insinuación. La fiesta se completó con un dúo arrollador de Celia con Óscar D'León. Hasta el sol había cumplido en la última oportunidad de congraciarse con la afición donostiarra.

La 31ª edición del Festival de San Sebastián es ya historia. El severo castigo de la lluvia y una programación quizá saturada de actuaciones por debajo de la media impide la comparación directa con la extraordinaria cosecha del pasado año.

De la edición de este año queda para el recuerdo la lección de humildad del mejor pianista vivo, Hank Jones, y el poder de ensoñación de la gran cantante Abbey Lincoln. El concierto de Joe Henderson, ya en fase de sobreexplotación del proyecto sobre la música de Jobim, y las agradables confirmaciones de David Sánchez y Yosuke Yamashita han sido otros capítulos dignos de mención.

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