Tribuna:

Los liberales

La derecha española de siempre nunca se distinguió r su liberalismo, ni económico ni del otro. No hay que remontarse al siglo XIX. para comprenderlo. Cuando se configuran diversas formas de capitalismo español, los empresarios no querían más que una "razonable" libertad, su producción no se orientaba al exterior y querían Í del Estado protección en el mercado interno. La derecha española, y el capitalismo español, en el siglo XX, han sido intervencionistas.Y ésa es la tradición española, y no sólo del Estado intervencionista en cuanto regulador, sino del Estado intervencionista como empresario...

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La derecha española de siempre nunca se distinguió r su liberalismo, ni económico ni del otro. No hay que remontarse al siglo XIX. para comprenderlo. Cuando se configuran diversas formas de capitalismo español, los empresarios no querían más que una "razonable" libertad, su producción no se orientaba al exterior y querían Í del Estado protección en el mercado interno. La derecha española, y el capitalismo español, en el siglo XX, han sido intervencionistas.Y ésa es la tradición española, y no sólo del Estado intervencionista en cuanto regulador, sino del Estado intervencionista como empresario; los recovecos de la Historia han he cho que en España la creación de empresas públicas no fuera resultado de un impulso socialista, como en Gran Bretaña, por ejemplo, sino de la derecha políticamente más dura. En España los actuales modos (económicos) de comportamiento liberal son una virtud (en su caso) nacida de la necesidad, la exigencia misma del desarrollo y, más concretamente, las de nuestra ubicación geográfica y aspiración política, que han determinado nuestra ineludible (para nosotros) presencia en la UE, que se constituyó, al margen de cualquier decisión española, basada en unos principios liberales (competencia y eliminación de fronteras) que, como país, no hemos tenido más remedio que aceptar, con resignación variada.

Lo que sigue siendo verdad ante las nuevas exigencias (Maastricht). Es tan malo estar fuera, que no hay más remedio que entrar. Y éste es pensamiento común de empresarios, bastantes trabajadores y políticos de distintas banderas. En medio de todo ello ' los entusiastas de la libertad (económica) son tenidos más bien como sujetos pintorescos, cuando no malvados.

Hay cuestiones que quizá no deberíamos olvidar. El gran capitalismo español en la época franquista fue más bien lacayo del poder que su dueño, y encontró en él protección y, por tanto, dependencia. Con algunas excepciones, hacer de estas personas liberales (económicos) ha requerido algún notorio esfuerzo. Tampoco deberíamos olvidar que gran parte de la que se considera a sí misma izquierda se adhirió con entusiasmo a la CEE en cuanto veía en esta integración una- garantía del mantenimiento en España de las libertades políticas y algunos derechos fundamentales, aunque hubiera que pagar el precio de la vigencia de unos peligrosos principios de libertad económica. Y claro que hay que tener protección pública; pero tantos ardientes defensores de "las libertades" no quieren saber que la libertad es un bloque, que la protección se paga en menos libertad y más sumisión, el que paga, manda, y no el Estado, sino el burócrata o, lo que es peor, el político sectario; y hay que echar la cuenta de lo que se pierde en esa transacción.

España se encuentra así metida en un engranaje que fuerza libertades. Es casi una camisa de fuerza que impone libertad, lo que parece un absurdo, pero es que la realidad es, al menos en este caso, absurda. No tenemos más remedio que ser libres, lo que es raíz de forcejeos, manotazos, añoranzas y críticas que irrumpen, terribles, cuando creen encontrar una ocasión propicia, como si el abogado de la libertad fuera un sacamantecas , se trate del cine (hay que proteger el "buen" cine español), la edición (hay que proteger los "buenos libros") las empresas (hay que proteger las buenas y cómodas" empresas públicas), la seguridad (hay que mantener. las buenas viejas pensiones), el comercio (los entrañables, viejos y "buenos" comercios), los inquilinatos (los "buenos" "viejos" cánones arrendaticios), los puestos de trabajo, y tantas cosas más.

Los más progresistas piden libertad y movilidad hasta que ellos llegan y, cuando se produce tan ansiado momento, la cumbre ganada se rodea de trincheras y alambradas: como sucedió, por ejemplo, con los puestos docentes universitarios, donde los sujetos más díscolos y protestones se transformaron en campeones de la permanencia (garantizada por el Estado), dotados del escudo de la inamovilidad (administrativa), gran conquista de la alegre rebeldía juvenil.

Se comprende que, en esta situación, resultado histórico y de la necesidad, el debate político sea confuso:- la gente política defiende hoy lo que ayer atacaba, y viceversa. La. confusión, se hace maraña cuando, a pesar de todo, los políticos quieren anclarse, para diferenciarse, en una vieja, inamovible, gloriosa tradición ideológica, que se escapa, cuando se le. quiere asir, como un fantasma, vacío de ectoplasma alguno.

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