Tribuna:

Vargas Llosa como 'sheriff' de Nottingham

No me siento capaz de competir con Mario Vargas Llosa ni en su dominio del castellano ni en su capacidad para fabular, espléndida desde sus orígenes y cada vez más granada, a medida que sus idas y venidas por la aldea global hacen de él un cosmopolita. Sin embargo, creo que sobre todo su literatura de prensa se ha convertido en una fábula que vende una mercancía averiada a sabiendas y que con ello está sirviendo los intereses de los grupos, cada vez más gigantescos en su poder, pero cada vez menos en número, que no solamente asuelan el Tercer Mundo, sino que empiezan a derruir el edificio del ...

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No me siento capaz de competir con Mario Vargas Llosa ni en su dominio del castellano ni en su capacidad para fabular, espléndida desde sus orígenes y cada vez más granada, a medida que sus idas y venidas por la aldea global hacen de él un cosmopolita. Sin embargo, creo que sobre todo su literatura de prensa se ha convertido en una fábula que vende una mercancía averiada a sabiendas y que con ello está sirviendo los intereses de los grupos, cada vez más gigantescos en su poder, pero cada vez menos en número, que no solamente asuelan el Tercer Mundo, sino que empiezan a derruir el edificio del bienestar en aquel puñado de países que, según él, alcanzaron la excelencia con su política acertada.Cada 15 días suele pontificar en un largo artículo en EL PMS sobre cosas muy diversas, pero todas ellas terminan, habitualmente, con un canto a la desregulación de los mercados, a la necesidad de dejar actuar libremente a los ricos para que creen riqueza, que es, dice, la única posibilidad de repartirla.

En primer lugar hay que decir que en sus fantasiosas excursiones por ese liberalismo crudo que no tiene nada que ver con Adam Smith, por supuesto, son construcciones lineales que desconocen una realidad incuestionable: no es verdad, nunca fue verdad, que la riqueza vaya repartiéndose a medida que va creciendo. Solamente puede hablarse de un periodo de esa naturaleza en el que la acumulación y el reparto de la riqueza creada se dieron la mano, que fue precisamente el periodo 1945-1974, en el que los salarios reales crecieron en Europa, Japón y Estados Unidos al ritmo que crecía la economía, a la vez que los seguros sociales garantizados por el Estado multiplicaban como salarios indirectos las rentas de los trabajadores. Entre paréntesis, ése es el periodo de crecimiento sostenido más alto y que dura más tiempo de la historia del capitalismo en estos países.

Pero ésa es una excepción. En efecto, esos acontecimientos venturosos se extendieron al 20% de la humanidad, el restante 80% quedó al margen. El resto del mundo no solamente vivió marginado de dicho reparto, sino que empeoró significativamente, como muestran año tras año los documentos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. El 20% más rico del mundo tenía una renta 30 veces la del 20% más pobre en 1960, y en 1993, esa divergencia se había duplicado (Informe sobre Desarrollo Humano, 1994).

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Hay, pues, un primer nivel de reparto en el que su aserto fundamental no se confirma. Y no se me hable de países que lo hacen mejor unos que otros, porque esos países que presuntamente se equivocan están totalmente involucrados en la economía mundial y cumplen perfectamente su papel de áreas suministradoras de productos básicos, energía y materias primas baratos y, ahora, de fuerza de trabajo baratísima. Por cierto que- el G-7, reunido en Lille, se ha negado a condenar el trabajo infantil "porque la idiosincrasiá de los pueblos hace que lo que en un sitio parece un crimen en otro es una cosa normal" (ministro de Trabajo de Japón). Y esos productos baratos que suministran o esa fuerza de trabajo baratísima, con jornadas de 14 y 16 horas siete días a la semana y 365 días al año, son utilizados en ese mercado mundial por los únicos que pueden hacerlo, los 500 estados mayores de los grupos empresariales gigantes, que tienen una cifra de negocios que supera el equivalente al 25% del PIB mundial.

En segundo lugar, en Europa y en EE UU, donde acumulación y reparto de la riqueza creada habían ido de la mano, configurando sociedades cohesionadas, con niveles de vida crecientes, a partir de la crisis de mitad de los setenta, ambos procesos se disociaron y están dando lugar a sociedades en las que crecen la marginación, el paro juvenil y el de larga duración y aboca a un siglo XXI en el que la excepción será el disponer de un trabajo estable. Además, desde finales de los setenta se ha iniciado un ataque a los salarios que ha hecho caer los costes laborales unitarios reales en 12,9 puntos en la Europa a 15, desde 1980 a 1995 (Économie Européenne, número 60). Pero, a pesar de lo que se cree en esa vulgata neoliberal que el señor Vargas predica., eso no es un síntoma de éxito, sino de decadencia de la mayoría de la población, que se traduce en decadencia del sistema, porque los salarios no son solamente costes para las empresas, sino también rentas imprescindibles para que un consumo de masas pueda adquirir la producción de masas que el sistema es capaz de producir (confróntese J. M. Keynes y, H. Ford).

No, señor Vargas, lo que tiene mala prensa en estos momentos no son los ricos ni es la riqueza, son los parados. En efecto, la cumbre de ministros de Trabajo del G-7 en Lille, además de justificar el trabajo infantil, lo único que dejó claro es que "es necesario apretarse el cinturón y admitir más flexibilidad", que lo que quiere decir es despido libre y liquidación de los subsidios de desempleo universales, presuntos generadores del déficit, de holgazanes y defraudadores, y causantes, en última instancia, del desempleo. Es la vuelta a la visión del parado que se tenía en el siglo XIX: "... individuos incapaces, por razones físicas y morales, de encontrar o de conservar un empleo, desechos sociales, vencidos de la vida que son una carga para la sociedad entera" (citado en De Brunhoff, S., 1986, L'heure du marché, PUF, París). Por lo visto, los niños que trabajan en el Tercer Mundo ni son incapaces, ni desechos sociales, ni vencidos de la vida, y, por supuesto, no son ninguna carga para la sociedad. Los 100 millones de niños de la calle que denuncia el informe de la Organización Mundial de la Salud en el Día Mundial de la Salud son el corolario a esa forma de ver la sociedad del señor Vargas.

Con esa concepciones lógico que se quiera acabar con los subsidios de desempleo, con el salario mínimo y con el resto de las, prestaciones sociales. . Pero entonces, ¿qué es lo que va a diferenciar a los países exitosos, con políticas correctas, de los que no lo son porque hacen políticas incorrectas? La ley de la selva, el darwinismo social, es el sistema que impera donde se explota a los niños menores de 10 años, el trabajo de los presos, y se carece del derecho a vacaciones pagadas o de una seguridad social rudimentaria, donde está restringido o hasta prohibido el derecho de sindicación. ¿Ése es el tipo de reparto que desea el señor Vargas?

Otra cuestión recurrente en sus artículos afecta a la denuncia del Estado como agente de vertebración social. ¿Acaso son los parados, señor Vargas, los que controlan esos Estados tan dadivosos con los corruptos? ¿Son los pobres los que instalaron la corrupción? Más aún, ¿cree que la United Fruit Company en sus tiempos y sus herederas ahora no tienen nada que ver con la corrupción de los diferentes Estados de toda América Latina? No, él no cree eso, él sabe bien que el Estado representa en América Latina entre el 1 01/o y el 20% del PIB, con excepciones que nunca llegan al 30%, contra un 45% de media en los países de la OCDE, sobre todo en Europa, y que por eso en Centroaméríca no hay escuelas, ni carreteras, ni ferrocarriles, ni guantes asépticos en los hospitales, que, por otra parte, no necesitan para nada quienes viajan en helicóptero y se educan y se curan en EE UU: ¿oyó acaso quejarse a los daneses de lo malo que es su Estado, que ha gastado en 1995 el 59,3% de su PIB? Esas son las verdaderas realidades que el señor Vargas, con su excelente prosa, oculta siempre que puede.

Hay una última cuestión, todo eso lo escribe el señor Vargas en nombre del liberalismo, y ya le decía más arriba que ese liberalismo no es el de Adam Smith, es el de los depredadores sociales que nada tienen que ver con él. Adam Smith creía en la competencia de unidades lo suficientemente pequeñas para que no pudieran influir en los precios, y hasta le asustaban las reuniones de los empresarios del mismo ramo; creía que los beneficios altos elevan mucho más el precio que los salarios altos; no creía en las sociedades por acciones, y rechazaba las propuestas de normas hechas por los ricos.

"Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de las manufacturas, en algunos respectos, no sólo son diferentes, sino por completo opuestos al bien público. El interés del comerciante consiste en ampliar el mercado y restringir la competencia. La ampliación del mercado suele coincidir, por regla general, con el interés del público; pero la limitación de la competencia redunda siempre en su perjuicio, y sólo sirve para que los comerciantes, al elevar sus beneficios por encima del nivel natural, impongan una contribución absurda sobre el resto de los ciudadanos. Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio que proceda de esa clase de personas debe analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada. Ese orden de proposiciones proviene de una clase de gentes cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los de la comunidad, y más bien tienden a deslumbrarla y a oprimirla, como la experiencia ha demostrado en muchas ocasiones". (Adam Smith, 1776-1958, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, FCE, México, página 241).

Creo que es difícil encontrar un alegato más claro y más definitivo contra los depredadores que controlan el equivalente al 25% del PIB mundial; que dictan las leyes y se aprovechan de ellas; que quieren acabar con los subsidios de desempleo y con el salario mínimo allí donde lo hay; que se aprovechan del trabajo infantil donde pueden y que, cuando deciden crear una nueva fábrica, consiguen recibir a fondo perdido hasta el 50% de la inversión..., del tan denigrado Estado, claro está. En cambio, no sé qué gana el señor Vargas ejerciendo como el sheriff de Nottingham de la leyenda, pero ha echado a perder el crédito que muchos le manteníamos. No, no se reconoce en el autor de Robin Hood y los alegres compadres al de La ciudad y los perros o al de Conversación en la catedral, ¿cuándo te jodiste, Zavalita?

José Manuel Agüera Sirgo es catedrático europeo Jean Monnet. Universidad de León.

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