Crítica:ÓPERA

El gran espectáculo de Stravinski

Después de muchos meses en que las representaciones de ópera no acababan, por unas u otras razones, de cuajar satisfactoriamente en Madrid, he aquí una muestra de lo que es ese arte total soñado, causante de muchos desvelos, y que raramente se produce en un escenario.Digámoslo claramente. La carrera del libertino (The Rake's Progress), tal como se ve y escucha en el Teatro de la Zarzuela, es una maravilla: bien cantada, bien dirigida musicalmente, y con una realización escenográfica del pintor David Hockney llena de belleza, inteligencia y sensibilidad.

La producción del festival...

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Después de muchos meses en que las representaciones de ópera no acababan, por unas u otras razones, de cuajar satisfactoriamente en Madrid, he aquí una muestra de lo que es ese arte total soñado, causante de muchos desvelos, y que raramente se produce en un escenario.Digámoslo claramente. La carrera del libertino (The Rake's Progress), tal como se ve y escucha en el Teatro de la Zarzuela, es una maravilla: bien cantada, bien dirigida musicalmente, y con una realización escenográfica del pintor David Hockney llena de belleza, inteligencia y sensibilidad.

La producción del festival de Glyndebourne dirigida por John Cox (en Madrid realizada por A. Lang), con escenografía y figurines de Hockney es ya, y nunca mejor dicho, un clásico. Desde su estreno en 1975, ha recorrido medio mundo, e incluso se ha editado en vídeo. Sin embargo, no ha perdido un ápice de interés.

The Rake's Progress

De Stravinski. Con R. Mannion, M. Miers, F. Le Roux y F. Palmer. Director musical: D. Parry. Producción del festival de Glyndebourne. Escenografia y figurines: David Hockney. Madrid, Teatro de la Zarzuela, 24 de mayo.

Pinturas

Si Stravinski (el gran triunfador, una vez más: ¡Qué pedazo de músico!) se inspiró en un ciclo de cuadros del pintor inglés W. Hogarth (1697-1764), para con la ayuda del poeta W. H. Auden y de C. Kallmann en el libreto, convertirlo en una música escénica deliciosa, Hockney ha sabido devolverle la moneda, haciendo gran pintura teatral a partir de la música. El arte de David Hockney, como Stravinski, consigue además un sutil equilibrio entre clasicismo y modernidad, entre creación y recreación, entre invención propia y respeto histórico.Otro inglés, David Parry, dirigió la orquesta con una vitalidad contagiosa. El cuarteto vocal protagonista -Mannion, Miers, Le Roux, Palmer- no solamente cantó bien, y hasta muy bien, sino que compuso unos personajes escénicamente llenos de matices. Hasta el coro titular de La Zarzuela, que ya sabemos lo que puede dar de sí, se movió con mayor desenvoltura que en otras ocasiones.

Al éxito de estas representaciones también contribuye el magnífico programa de mano con textos de Téllez, Cortines, Martín Bermúdez y Cox. Lo único verdaderamente inexplicable (y es desgraciadamente habitual) es la estampida de medio patio de butacas nada más concluir la última nota, sin esperar los saludos de los artistas.

No es que haya obligación de aplaudir (cada uno que haga lo que le dé la gana), pero el efecto que produce en los cantantes este tipo de actitudes es tal, que luego se extiende por ahí que Madrid tiene el público de ópera más grosero y maleducado de Europa.

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