Crítica:LA CEREMONIA

La lucha de clases, según Chabrol

Tercera secuencia del filme. Madame Lelièvre (Bisset) espera en la estación de Saint-Malô la llegada de Sophie (Bonnaire), su nueva criada. El andén se vacía, Sophie no ha llegado, la señora Leliêvre se impacienta, enciende un cigarrillo. De improviso, divisa a la chica del otro lado, en la puerta de acceso a los andenes: ha llegado en realidad antes que ella. Esta escena abrumadoramente banal actúa sin embargo como una poderosa carga de profundidad: se diría una advertencia sobre la imposibilidad de que Sophie, a pesar de su carácter apacible y obediente, se deje meter dentro del esquema orde...

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Tercera secuencia del filme. Madame Lelièvre (Bisset) espera en la estación de Saint-Malô la llegada de Sophie (Bonnaire), su nueva criada. El andén se vacía, Sophie no ha llegado, la señora Leliêvre se impacienta, enciende un cigarrillo. De improviso, divisa a la chica del otro lado, en la puerta de acceso a los andenes: ha llegado en realidad antes que ella. Esta escena abrumadoramente banal actúa sin embargo como una poderosa carga de profundidad: se diría una advertencia sobre la imposibilidad de que Sophie, a pesar de su carácter apacible y obediente, se deje meter dentro del esquema ordenado y rígidamente controlado que la familia Leliêvre, a la que servirá desde ese momento, parece haberle asignado en la ancestral división entre patrones y criados. Y tiene también un segundo significado: la instauración de un cierto malestar, de un clima de incertidumbre que se transmite al espectador de inmediato. Porque como sus maestros Claude Chabrol sabe muy bien que nada hay más inquietante que el súbito descolocamiento de una pieza minúscula en el puzzle de la narración que el espectador cree ordenada.En la 48 a película de su extensa filmografía, Chabrol ha regresado, con la ayuda apreciable de la novela de Ruth Rendell que le sirve de base, al universo que tan bien conoce y ha frecuentado: el mundo de la burguesía de provincias. Y lo hace para construir lo que él mismo ha definido, no sin ironía, como "una película marxista hecha por un no marxista", una reflexión sobre la pervivencia de la lucha de clases hecha con toda la socarronería y la mala uva a que nos tiene acostumbrados el director de El carnicero.

La ceremonia (La cérémonie)

Dirección: Claude Chabrol. Guión: C. Chabrol y Caroline Eliacheff, según la novela La mujer de piedra, de Ruth Rendell. Fotografía: Bernard Zitzennann. Música: Matthieu Chabrol. Producción: Marin Karmitz para MK 2, Francia, 1995. Intérpretes: Sandrine Bonnaire, Isabelle Huppert, Jacqueline Bisset, Jean-Pierre Cassel, Virginie Ledoyen, Valentin Merlet, Julien Rochefort. Estreno en Arlequín, Multicines, Ideal (V.O.).

La ceremonia resulta un perfecto ejemplo de la maestría y de la capacidad de abstracción y de síntesis a que ha llegado Chabrol en su dilatada carrera. Nada sobra en el filme, todo está puesto para provocar en el espectador poderosas sensaciones de inquietud y rechazo, una especie de juego de alarmas que se encienden y resuenan cada vez con más fuerza a medida que la acción avanza: la forma en que se manifiesta la insanía de las dos protagonistas principales (espléndidas Bonnaire y Huppert, a la medida de los ambiguos arquetipos fílmicos de las cuales se ha hecho la película), Ja turbiedad del pasado de ambas, ciertas ceremonias de mancillar. el territorio familiar, el sacrosanto hogar burgués, que se materializan en un plano antológico de la familia unida viendo en la televisión la retransmisión de un mozartiano Don Giovanni, mientras desde el piso superior son observados, fisgados por las dos amigas, una premonición de que el Commendatore de piedra está a punto de entrar en escena.

Cortante como una navaja, despojado de artificios y a la postre profundamente perturbador, el último filme de Claude Chabrol refleja la impronta de la escritura de un maestro que cuando se toma en serio su trabajo obtiene de él rendimientos espectaculares. Y confirma una línea de actuación y un rigor en la construcción de la puesta en escena que no está al alcance de cualquiera. Aunque el resultado pueda dejar un mal sabor de boca a más de un espectador poco avisado.

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