Tribuna:LA SEMANA EN POP

Cara y cruz

Pobre Dee Dee Ramone. La vida parece haber reservado las peores cartas, al final de la partida, para el eterno bajista de la banda punki por excelencia. Lejos de las ventas millonarias, las giras mundiales y los pabellones abarrotados, Dee Dee vuelve a empezar ahora, visitando pequeñas salas y haciendo lo único que parece haber aprendido: rendir esquelético culto a la banda-madre que le dio el ser, así como a los compañeros de viaje -casi todos neoyorquinos- que aportaron al rock'n roll su lado más sórdido, genetiano, desesperanzado. Acompañado de una bajista y un batería normali...

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Pobre Dee Dee Ramone. La vida parece haber reservado las peores cartas, al final de la partida, para el eterno bajista de la banda punki por excelencia. Lejos de las ventas millonarias, las giras mundiales y los pabellones abarrotados, Dee Dee vuelve a empezar ahora, visitando pequeñas salas y haciendo lo único que parece haber aprendido: rendir esquelético culto a la banda-madre que le dio el ser, así como a los compañeros de viaje -casi todos neoyorquinos- que aportaron al rock'n roll su lado más sórdido, genetiano, desesperanzado. Acompañado de una bajista y un batería normalitos, Dee Dee -voz y guitarra- homenajeó en vivo a Ramones, New York Dolls, Heartbreakers, Velvet Underground... Hasta puso sus grasientos dedos en el clásico Be my baby de las Ronettes, parodiando las esencias de la música que antaño él aceleró y convirtió -junto a Joey, Johnny y Marky- en un canto rabioso que, tras 20 años, no sólo no se ha extinguido, sino que aún sirve de inspiración a los punkis de final de siglo. Dee Dee Ramone ha bordeado el patetismo en esta su última visita a España. Es de suponer que resulta difícil hacerle comprender que en esta vida algún día hay que parar de tanto vicio. Genio y figura.En el hemisferio opuesto habita Le Mans, para felicidad de estetas y amantes de la música sin sobresaltos. Esta banda donostiarra se mueve por parámetros calmados, semiacústicos y plenos de una sugestiva belleza sonora, de la que da descanso a las orejas. Su música no es más que falsa bossa nova de la de principios de los sesenta, pasada por el pasapurés indie. Pero la hermosa voz de Jane Garbarain y lo poético de unos textos melancólicos enganchan a una entregada audiencia que escucha con respeto hermosas canciones -¡Oh, Romeo, Romeo!; Saudade, o la especialmente dulce Dry Martini-, como si, en realidad, en lugar de en una sala nocturna un sábado a la madrugada, estuvieran oyéndolas en un salón de té, una tarde gris de otoño. Le Mans trabajan en una línea outsider, sin sobresaltos, que tal vez no les permita conectar en directo con eso tan difuso a lo que llamamos gran público. Pero, a cambio, el grupo resalta la importancia de la falta de prejuicios a la hora de incorporar elementos ajenos al trasiego comercial.

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