Tribuna:HOGUERAS DE AGOSTO

La caridad empieza por uno mismo

Confieso que pasé el día renerviosa, preparándome para la cena de gala de la Asociación Española contra el Cáncer que se celebraba en un hotel de Marbella, con esos nervios que toda mujer experimenta ante acontecimientos excepcionales de su vida: la primera comunión, la puesta de largo, la boda, la presentación en el templo del heredero varón, la ligadura de trompas... Yo, además, me ponía sandalias altas por primera vez después de la operación, y me aterraba la idea de escoñarme delante, un suponer, de Gunila (nuestra Gunila, la llaman aquí: son muy tiernos). Por otra parte, una turbadora ide...

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Confieso que pasé el día renerviosa, preparándome para la cena de gala de la Asociación Española contra el Cáncer que se celebraba en un hotel de Marbella, con esos nervios que toda mujer experimenta ante acontecimientos excepcionales de su vida: la primera comunión, la puesta de largo, la boda, la presentación en el templo del heredero varón, la ligadura de trompas... Yo, además, me ponía sandalias altas por primera vez después de la operación, y me aterraba la idea de escoñarme delante, un suponer, de Gunila (nuestra Gunila, la llaman aquí: son muy tiernos). Por otra parte, una turbadora idea aumentaba mi congoja: ¿dejarían fumar, tratándose de un acto contra el cáncer? Claro que sí, reflexionaba cada dos por tres: de lo contrario, se les acabaría la parroquia con la que hacer bondades.Por fin conseguí sofronizarme e hice mi entrada en los amplios salones, camino del jardín con piscina en donde estaban las mesas, con relativa seguridad, que aumentó al advertir que entre los invitados había mayoría de fumadores y que Rappel, el adivino, tenía que preguntar dónde se hallaba su sitio. En compensación, nadie tuvo que inquirir durante toda la velada en dónde se había sentado Rappel, pues entre los destellos de su melena y los de su túnica creaba en torno a sí como un espejismo, algo parecido a lo de la virgen de El Escorial, pero con unas gafas en cuyas patillas podría sentarse un equipo de water-polo.

El símil de El Escorial no es gratuito, porque había, pese a los trajes de noche de las señoras, un misticismo de calibre 3,8 flotando en el ambiente: esa sensación de autobondad que emana la jet-set cuando se desprende de algo en favor de los pobres o enfermos que están quietos. Lo de Médicos sin Fronteras es una insignificancia comparado con el furor solidario que empuja a esta gente a comprarse modelitos, quién sabe mediante qué sacrificios, o a implorarlos, a través de ignotos contubernios, para poder ser buena noche tras noche. Ésta es una adicción peligrosísima: te vas acostumbrando a la caridad, y acabas metiendo en la Seguridad Social a la asistenta.

Como estoy recién llegada a la ciudad y tuve el tiempo justo de adquirir una de las últimas invitaciones, me tocó una mesa medio pelo -había bastantes: gente que veranea en Marbella y no se pierde un sarao para pillar carnaza famosa con la visual-, cuyos integrantes mostraron el buen gusto de no nombrar a los enfermos de cáncer ni una sola vez. Sin embargo, fue una conversación muy instructiva, espoleada por la novedad de tener sentada a su mesa a una periodista que no trabaja para el Abc ni para María Teresa Campos. Empezamos por lo más light, haciendo un somero repaso a los escarceos playeros de la Pantoja con el Monte de María, pero pronto entramos en materia: "Si querían atentar contra el Rey, eso está relacionado con lo mal que están las cosas últimamente", planteó una dama que se había presentado como empresaria-poetisa, y que en los momentos libres tomaba notas, seguramente para escribirle una oda a Al Kassar. "Fíjate, con lo mal que se ha hablado de Franco, pero él nunca nos robó nada", intervino otra señora de distinguido a la par que sencillo porte. Y su marido reafirmó: "Y el marqués de Villaverde, tampoco". Consideré que no era prudente disentir, porque entre los desconocidos siempre te puede salir un karateca, de modo que seguimos remontándonos al jurásico un rato más, hasta que uno de los comensales nos hizo volver bruscamente al presente, para hablar de las recientes declaraciones de Aranguren justificando el GAL. Y ahí todos se pusieron de acuerdo. Hasta puede que pronto surja una propuesta para dar una fiesta a beneficio del viejo profesor de ética.

De modo que, a media fiesta, cuando vi que no me tocaba el cofre de joyas de tres millones en el sorteo, y que ni siquiera ahogaban en la piscina al coro rociero que nos amenizó la noche, salí del antro, me descalcé, y decidí dejar de fumar. A mí no me benefician éstos en lo que me queda de vida.

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