EL FUTURO DE EUROPA

"De aquí no saldrá nada"

Los Quince reactivan 40 años después la idea de una UE pragmática

ENVIADO ESPECIALLa diplomacia británica es la mejor del mundo. Pero a veces le pierde la propia pasión. Es lo que puede sucederle otra vez, cuatro decenios después del inicio de la refundación europea.

Ayer, los ministros de Asuntos Exteriores de los Quince celebraban en Mesina, en la isla italiana de Sicilia, el 400 aniversario de la conferencia que gestó la creación de la Comunidad Económica Europea. Una serie de fastos sirvió para el despegue del Grupo de Reflexión que preparará el texto base para la reforma del Tratado de Maastricht en la Conferencia Intergubernamental (CIG) de 1996...

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ENVIADO ESPECIALLa diplomacia británica es la mejor del mundo. Pero a veces le pierde la propia pasión. Es lo que puede sucederle otra vez, cuatro decenios después del inicio de la refundación europea.

Ayer, los ministros de Asuntos Exteriores de los Quince celebraban en Mesina, en la isla italiana de Sicilia, el 400 aniversario de la conferencia que gestó la creación de la Comunidad Económica Europea. Una serie de fastos sirvió para el despegue del Grupo de Reflexión que preparará el texto base para la reforma del Tratado de Maastricht en la Conferencia Intergubernamental (CIG) de 1996. Sobre ella pesa la amenaza británica de bloqueo total a cualquier avance en el sentido de una mayor integración. Todas las autoridades evocaron los nombres y las gestas de los padres de Europa, y entre ellos a los seis de Mesina: Gaetano Martino, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein, Antoine Pinay, Josep Bech y Johan Willem Beyen. En una declaración conjunta, Parlamento, Comisión y Consejo rindieron "homenaje al coraje, a la fuerza de convicción y a la clarividencia de quienes hace 40 años abrieron el camino de la integración europea". Nadie recordaba, sin embargo, a un oscuro funcionario del Ministerio de Comercio británico, apellidado Bretherton, enviado como observador por su Gobierno. Se fue antes de, que acabara la reunión, dejando para la historia un epitafio sombrío. "De aquí no saldrá nada, y si sale algo, no funcionará", profetizó.

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Su pesimismo tenía alguna base. Tras la guerra, la nueva promoción de la idea de una Europa unida, cosechó dos éxitos: la creación del Consejo de Europa (1949) y de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA, 1951). Y muchos más fracasos, proyectos abortados: la Europa del Transporte (plan Bonnefous, en 1950); la política agrícola (plan Sicco Mansholt, 1950); el "mercado común general" (plan Beyen, 1953). Y sobre todo, la Comunidad Europea de Defensa. Los Gobiernos aprobaron integrar los ejércitos -aunque mandados por un norteamericano-, pero la Asamblea francesa echó por tierra el proyecto en 1954, por miedo al resurgir de la potencia militar alemana. Fue la confusión. En protesta, Jean Monnet, el más conspicuo de los padres de Europa, dimitió como presidente de la CECA para poder conspirar mejor y lanzar nuevas ideas. El éxito de Mesina nació de este fracaso. La convocatoria se hizo para sustituir a Monnet (por René Mayer), pero los ministros de Benelux aprovecharon la ocasión para reactivar la idea europea, sobre la base de un papel de Monnet, pero del que eliminaron las expresiones Estados Unidos de Europa y supranacional. Los seis lograron el acuerdo, en el alba del 3 de junio, apostando a la vez por los idos métodos que les dividían: seguir la "integración sectorial" para los transportes y la energía nuclear y constituir por etapas "un mercado común" global, que desbordaría la caída de barreras aduaneras. Y eligieron al ministro de Exteriores belga Paul-Henri Spaak como presidente de un comité para redactar los tratados fundacionales: armonizaría políticas fiscales y económicas con normas sobre la competencia, coordinación de políticas monetarias y legislaciones sociales. Redactaron una declaración postulando la necesidad de caminar hacia "una Europa unida" mediante "instituciones comunes, la fusión gradual de las economías nacionales, la creación de un mercado común y la armonización progresiva de las políticas sociales". El muy serio Spaak selló el acuerdo con lírica. Cantó O Sole mio.

Ahora, la reflexión -para reformar el tratado- nace de un fondo de éxitos (la unión aduanera, el mercado interior, las políticas comunes, la ciudadanía, la cohesión, el camino a la moneda única), en este caso más amplios que los fracasos (política exterior, identificación ciudadana), contra lo que imaginó el bueno de Bretherton. Pero éstos son sangrantes: "Hoy pensamos en Mesina-55, pero los ciudadanos piensan en Sarajevo-95", dijo el presidente del Parlamento, Klaus Hänsch, quien reclamó "reformas limitadas, pero sustanciales" La ministra de Exteriores italiana, Susanna Agnelli, propugnó "un salto cualitativo" para hacer más eficaz a la UE interna le internacionalmente". El presidente del Consejo, Hervé de Charette, recordó que la ampliación al Este es "un proyecto formidable" y que "nunca debemos olvidar el objetivo de una Europa federal". Y el del Tribunal, el español Gil Carlos Rodríguez-Iglesias, se declaró "esperanzado" con el futuro. Sonó el Himno a la alegría. Pero nadie cantó todavía O sole mio.

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