Cartas al director

El mal de Alzheimer

Tener un enfermo de Alzheinier en la familia es duro. Cuesta asumir el irreversible y constante deterioro de este familiar. Primero, su pérdida de memoria. Luego, la pérdida de sus hábitos, incluso los más elementales. Cada día es peor. Y lo tienes que asumir. No hay escapatoria posible. Y lo has de hacer antes de que caigas en la depresión, siempre al acecho. Y cuesta. De la misma forma que cuesta habituarse paulatinamente a las muchas labores que has de ir asimilando con la finalidad de cuidar adecuadamente de este familiar.Si encima tienes la desgracia de tener una situación económica preca...

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Tener un enfermo de Alzheinier en la familia es duro. Cuesta asumir el irreversible y constante deterioro de este familiar. Primero, su pérdida de memoria. Luego, la pérdida de sus hábitos, incluso los más elementales. Cada día es peor. Y lo tienes que asumir. No hay escapatoria posible. Y lo has de hacer antes de que caigas en la depresión, siempre al acecho. Y cuesta. De la misma forma que cuesta habituarse paulatinamente a las muchas labores que has de ir asimilando con la finalidad de cuidar adecuadamente de este familiar.Si encima tienes la desgracia de tener una situación económica precaria, que te obliga a depender exclusivamente de ti mismo y de las eventuales ayudas públicas, la soledad y la desolación se te pueden hacer de una profundidad inconmesurable. Las listas de espera en las residencias públicas son larguísimas, las ayudas a domicilio son insignificantes o inexistentes, la orientación desde la administración sanitaria es escasa. Es un problema de recursos, dicen. Y tu, aturdido e impotente, piensas en tantísimos recursos derrochados...

Paralelamente, y lamentablemente, aún hay médicos de cabecera con una sensibilidad y una motivación escasa hacia estos enfermos y sus problemas. Es triste. Y padecer una situación de estas, de abandono y desprotección añadidos, es sumamente desolador.

Mientras, no obstante, la conclusión más inmediata es la siguiente: en estos casos, no tener recursos económicos suficientes es una desgracia añadida a la desgracia de la enfermedad. Y estas dos desgracias juntas fácilmente pueden desencadenar una tercera desgracia: la depresión del familiar cuidador del enfermo, aturdido por las 24 horas laborables diarias llenas de soledad.

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Todos deberíamos pensar un poco en estos enfermos. Y también deberían pensar en ello los políticos. Seriamente, evaluando con honestidad si las diferentes partidas de los presupuestos siempre responden a un orden de prioridades establecido según las necesidades sociales más básicas.-

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