EL 'CASO LASA Y ZABALA'

"Es demasiado pronto para hablar", dicen los familiares

Jesusa Aróstegui y Feli Artano tenían la certeza de que nadie estaba interesado en aclarar lo que había ocurrido con sus hijos, José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, tras su desaparición en Bayona hace casi 11 años y medio. Las madres de los dos jóvenes impulsaron la investigación forense que ha permitido identificar los cadáveres en el cementerio de Alicante. Localizados los cuerpos, los familiares están de acuerdo en guardar silencio y mantenerse al margen hasta que avancen las diligencias judiciales. "Es demasiado pronto para hablar sobre lo que vamos a hacer", dice uno de los hermanos Z...

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Jesusa Aróstegui y Feli Artano tenían la certeza de que nadie estaba interesado en aclarar lo que había ocurrido con sus hijos, José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, tras su desaparición en Bayona hace casi 11 años y medio. Las madres de los dos jóvenes impulsaron la investigación forense que ha permitido identificar los cadáveres en el cementerio de Alicante. Localizados los cuerpos, los familiares están de acuerdo en guardar silencio y mantenerse al margen hasta que avancen las diligencias judiciales. "Es demasiado pronto para hablar sobre lo que vamos a hacer", dice uno de los hermanos Zabala Artano. "Tenemos que poner las ideas en claro antes de opinar".El sentimiento de la familia es contradictorio. De "satisfacción" por haber conseguido el objetivo de estos once años, que era el hallazgo de los cuerpos y de "profunda tristeza, dolor y dramatismo".

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Joxean Lasa y Joxi Zabala, de 22 y 20 años en el momento de su desaparición, habían huido de sus domicilios de Tolosa tras el frustrado atraco a un banco de su pueblo que la policía atribuyó a activistas de ETA. Se habían trasladado al País Vasco francés dos años antes de su secuestro en Bayona. Lasa, el séptimo hijo de una familia de nueve hermanos, y Zabala, el segundo entre seis, eran amigos desde hacía tiempo.

La primera pista

Tanto en los tribunales franceses como españoles ambas familias realizaron actuaciones conjuntas. Desde el principio mantuvieron que la desaparición era obra de los GAL. Cinco años después, el juzgado donostiarra que instruía el caso topó con las primeras pistas. Un gal condenado por asesinato confesó que Lasa y Zabala habían muerto a consecuencia de elevadas dosis de anfetaminas y otros medicamentos suministrados por sus secuestradores, tras permanecer tres semanas en una vivienda de Hondarribia (Guipúzcoa).

Nuevas declaraciones de un activista de ETA entregado por Francia a la justicia española condujeron en mayo de 1988 a una batida en un monte cercano al caserío de la familia de Lasa en Tolosa (Guipúzcoa). Pero la policía sólo encontró un zulo abandonado por ETA en una lobera de difícil acceso.

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