Tribuna:

En a zona oscura

Es un lugar común decir que hoy se ven muchas más películas que en cualquier tiempo pasado. Baste esta proporción del consumo audiovisual europeo: el 60% del tiempo televisivo es ocupado por ficciones cinematográficas.Pero lo que no es un lugar tan común es la paradoja de que ahora, cuando se ven más películas que nunca, es cuando menos cine se ve. El contrasentido no lo es, porque, hay dudas fundadas de que sea realmente ver cine ver películas fuera de los ritos de participación creados hace un siglo por la invención de la sala de proyección; y sustituir este templo de la imaginación colectiv...

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Es un lugar común decir que hoy se ven muchas más películas que en cualquier tiempo pasado. Baste esta proporción del consumo audiovisual europeo: el 60% del tiempo televisivo es ocupado por ficciones cinematográficas.Pero lo que no es un lugar tan común es la paradoja de que ahora, cuando se ven más películas que nunca, es cuando menos cine se ve. El contrasentido no lo es, porque, hay dudas fundadas de que sea realmente ver cine ver películas fuera de los ritos de participación creados hace un siglo por la invención de la sala de proyección; y sustituir este templo de la imaginación colectiva por un artilugio casero todo lo cómodo y sofisticado que se quiera, pero sustancialmente diferente de la verdadera contemplación de cine en una sala colectiva.

Algunos fundamentos de esas dudas. El primero -aunque no el más grave (el corte publictario) porque tiene facil remedio- dice que cualquier interrupción de un filme destruye el equilibrio entre el tiempo objetivo de la película y el tiempo subjetivo de su receptor; y, por consiguiente, altera y adultera la dinámica interior del ritmo cinematográfico. La célebre queja de Fellini: "No es posible interrumpir una emoción", expresa la muerte del cine que conlleva el corte publicitario, forma de destrucción tan grosera y evidente que no requiere palpar con guantes de seda el polvo que hay sobre ella. . Pero hay otras formas no tan evidentes de destrucción del cine en la visión casera de películas. Una es la desaparición de un componente tan básico como el fuera de campo. Cine no es solo lo que vemos en la pantalla, sino también las enigmáticas prolongaciones de ésta en lo que hay fuera de su campo visual y sonoro. En una sala, la pantalla está cercada por penumbra y es esta una dimensión poblada por esos tentáculos, hacia fuera de la pantalla, de lo que ocurre dentro de ella. Un ejemplo entre miles: la escena inicial de Ciudadano Kane, la del célebre murmullo "¡Rosebud!", ocurre casi toda fuera de campo, en la zona oscura que rodea la pantalla, negrura que el espectador llena con imaginación proyectiva. ¿Pero qué rodea una pantalla casera? No esa penumbra magnética, sino el sillón del teléfono o las estanterías de la biblioteca; y sobre estos objetos no hay posibilidad de proyectar los aludidos tentáculos que la imagen lanza fuera de la pantalla, a los alrededores moldeables de sí misma. El fuera de, campo, zona de ensanche de la imagen, queda así suprimido del filme televisado y el lenguaje del cine pierde un dispositivo formal insustituible. ¿Y qué es el cine sino forma?

Lo mismo ocurre con la profundidad de campo. Véase Ciudadano Kane, por seguir en el mismo caso, sin llevar la mitada hasta los confines de la hondura de la imagen y esta se hará plana. Y otro tanto -y quedan en el tintero más carencias de esta especie- ocurre cuando desaparece algo tan vertebral para la creación de ritmo cinematográfico, como es el brusco cambio de punto de vista que llamamos salto de eje, pista de despegue que obliga al espectador a brincar de la butaca real en que está sentado ante la pantalla a otra butaca imaginaria situada detrás de la pantalla, cuando un contraplano o un quiebro de orientación del enfoque vuelve del revés la disposición de su mirada con el encuadre y ha de adoptar, para orientarse dentro de él, un nuevo, y espacialmente opuesto, punto de vista.

No rodea a la película que vemos en casa esa zona oscura que envuelve a la pantalla. No hay en los alrededores de un televisior lugar para el fuera de campo, la profundidad de campo y el salto de eje: lo impide la evidencia de un ámbito incompatible con la prolongación de la imagen fuera de sí misma y su conversión en espacio imaginario abierto: la opacidad de una pared del salón o una ventana a la calle, es decir: huecos que el vacío cedea las cosas. De ahí que en el televisor veamos películas que fatalmente dejan de ser cine y se hacen sombras de cine, cine amputado de -además del continuo muerto por el corte publicitario- tres cauces imprescindibles pata que exista interrelación entre espacio y tiempo fílmicos, juego de articulaciones vital para que se muevan, y conformen un lenguaje vivo, la sintaxis y la mecánica de este arte.

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