El montaje de "El mercader de Venecia" de Peter Sellars triunfa en París

El director estadounidense traslada a Los Ángeles el drama shakespeariano

París, 6 de diciembre. En la Maison de la Culture (MC 93) de Bobigny, dentro del marco del Festival d'Automne, se presenta The merchant of Venice (El mercader de Venecia), de William Shakespeare, en el montaje de Peter Sellars. La expectación que ha despertado el estreno en París de esta producción del Goodman Theatre de Chicago, y que anteriormente se ha podido ver en Chicago, Londres y Hamburgo, es muy grande, hasta tal punto que prácticamente no queda una sola butaca para las 10 funciones (hasta el 17 de diciembre) que han sido programadas en principio.

La razón de esta gran expe...

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París, 6 de diciembre. En la Maison de la Culture (MC 93) de Bobigny, dentro del marco del Festival d'Automne, se presenta The merchant of Venice (El mercader de Venecia), de William Shakespeare, en el montaje de Peter Sellars. La expectación que ha despertado el estreno en París de esta producción del Goodman Theatre de Chicago, y que anteriormente se ha podido ver en Chicago, Londres y Hamburgo, es muy grande, hasta tal punto que prácticamente no queda una sola butaca para las 10 funciones (hasta el 17 de diciembre) que han sido programadas en principio.

La razón de esta gran expectación es triple. En primer lugar, el nombre del director, Peter Sellars, de 37 años, el niño prodigio del teatro norteamericano (a los 26 años era ya director del National Theatre de Washington); un hombre que lo mismo toca la ópera, el teatro, el cine o la televisión, y que posee la virtud de entusiasmar -y escandalizar- a los públicos más diversos.En segundo lugar, el planteamiento y distribución de la obra de Shakespeare. En todos sus montajes, Sellars sitúa las obras que dirige en un contexto contemporáneo. Así pues, la Venecia cosmopolita y multirracial de la Serenísima de la pieza de Shakespeare se convierte en Venice Beach, un barrio al oeste de Los Ángeles (California), donde precisamente reside el director.

En Venice Beach se hablan más de medio centenar de lenguas y las razas duplican, triplican a las que Shakespeare mostraba en la Serenísima. En el montaje de Sellars, Antonio, Basanio y sus amigos son latinos, hispanos. Shylock, su hija, y Tubal son negros. Lancelot Gobbo, su padre, y el Dogo son blancos. Porcia, Nerisa y las demás gentes de Belmont -que en el montaje de Sellars se sitúa en el barrio residencial de Bel Air- son asiáticos.

La tercera y poderosísima razón de la expectación que ha despertado el. montaje de SeIllars es que éste es hijo directo, confesado como tal por el director estadounidense, de los gravísimos sucesos que se produjeron en Los Ángeles en abril de 1992 (11 muertos y 57 heridos por arma de fuego), después de que un jurado de Simi Valley se pronunciase descaradamente a favor de los policías que habían apaleado brutalmente a un negro, Rodney King. Son precisamente las imágenes del apaleamiento las que, a través de doce pantallas de televisión colocadas en la sala de Bobigny, se muestran al público durante el proceso de Antonio y la ulterior y despiadada condena de Shylock.

Son casi cuatro horas, con un pequeño descanso, que se pasan sin apenas darse cuenta. En el escenario, un par de mesas de oficina, tres, cuatro sillas. Y presentes también, desde el principio al fin, los tres cofres que ocultan el futuro de Porcia y de sus pretendientes, sólo que en el montaje de: Sellars son tres ataúdes. Los amigos de Basanio, como él, son gánsteres: probablemente trafican en drogas, igual que en los barcos de Antonio viajan armas para Bosnia o para cualquier otra parte.

No hay nada limpio en este montaje: el amor es una excusa para llegar al dinero. Y cuando tras el dinero surge el amor, es un amor triste, culpable, abocado al odio o a la indiferencia.

La Venice, el Bel Air de Sellars, es triste y sórdida. Y sobre. todo, mezquina. Hay momentos de una gran humanidad, de una gran solidaridad, pero al instante asoma la pupa, la cicatriz, el interés. Y el odio, la violencia.

¿Shakespeare, nuestro contemporáneo? Pues sí, otra vez, y esta vez por el indiscutible talento de ese chico prodigio que ofrece un Shakespeare de carne y de sangre, con toda la emoción y, también, con mucho humor. Pero, ojo, nunca Shakespeare fue tan triste.

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