Tribuna:

Aquellos 'polbos'

Se sigue escribiendo y comentando, afirmaciones, acusaciones, rechazos, réplicas, sobre los presuntos desmanes del oculto Roldán, y sobre las sospechas del mal uso de los fondos reservados, y sobre las gracias y desgracias de la contratación pública y las que padece, y demás. De los fondos reservados al menos una cosa parece clara: que en 10 años las consignaciones presupuestarias votadas en las dóciles Cortes resultaron duplicadas, sin que las dichas dóciles Cortes se enteraran; ignorancia, por lo demás, totalmente legal.Que alguien quiera robar (o similar) no es nada raro. Que pueda, ya es m...

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Se sigue escribiendo y comentando, afirmaciones, acusaciones, rechazos, réplicas, sobre los presuntos desmanes del oculto Roldán, y sobre las sospechas del mal uso de los fondos reservados, y sobre las gracias y desgracias de la contratación pública y las que padece, y demás. De los fondos reservados al menos una cosa parece clara: que en 10 años las consignaciones presupuestarias votadas en las dóciles Cortes resultaron duplicadas, sin que las dichas dóciles Cortes se enteraran; ignorancia, por lo demás, totalmente legal.Que alguien quiera robar (o similar) no es nada raro. Que pueda, ya es más difícil. Aparte de las prédicas morales y leyes contundentes, una de las maneras más eficaces de evitar los robos es rodear de dificultades la acción de los ladrones; y cuando así no se hace, hasta la autoridad recrimina al robado: ¿por qué no compró una caja fuerte?, ¿para qué cree usted que están los bancos?, éste es un justo castigo a su alegre necedad, ¿por qué no puso rejas a las ventanas? y otras muchas cuestiones de este jaez. El robado acaba siendo el culpable.

Pues a lo que íbamos: los presuntos desmanes del oculto Roldán, el silencioso engorde de los fondos reservados, no hubieran sido posibles, o no lo hubieran sido hasta el extremo alcanzado, sin la alegre necedad de la destrucción de los controles que existían precisamente para eso, para controlar, tarea que se consideró incompatible con la eficacia de los nuevos demiurgos que iban a dejar el país irreconocible, y con la dignidad política de quienes contaban con un respaldo democrático tan poderoso. Había que eliminar los controles; ¿a alguien se le ocurriría poner controles a la acción de la providencia encarnada?

El caso es que controles presupuestarios, normas sobre contratación pública, sobre intervención de los gastos públicos, fueron despreciados y aligerados hasta la desnudez, porque eso podría ser adecuado para burgueses corruptos o corruptibles, pero no para los nuevos. El hecho es que, con las normas de hace más de 10 años no hubiera sido posible, simplemente, el alegre incremento de los gastos reservados sin que las Cortes lo autorizaran; no hubiera sido posible construir el rimero de casas-cuartel de la Guardia Civil sin que las actuaciones sospechosas hubieran sido, no ya detectadas, sino impedidas por una intervención previa.

Ahora hay que reconstruir lo alegremente derribado. Las normas que regulan el gasto público se deben fundar en una desconfianza económica frente a los gestores, aunque no sean burgueses. Porque todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia. Pero nadie tiene derecho a la presunción de no caer en la tentación si se lo ponen fácil. O, si no, dejen abiertas las puertas de sus casas, a ver qué queda por obra de los presuntamente inocentes que circulan por ahí.

Tarea dura, ésta de la reconstrucción. Porque casi todas las administraciones españolas han aflojado, a imagen y semejanza del Estado, los controles políticos, contables y jurídicos del gasto público. El gasto público español, todo él, está menos controlado que hace 12 o 14 años, porque se han reducido las barreras, sin que sean necesarias más consideraciones personales. En los presupuestos para 1995 se han aumentado los controles políticos del próximo gasto; para mayor tranquilidad, supongo, del ministro de Hacienda. Pero es un camino que tiene que ir mucho más lejos.

Muchas veces, al ver lo que pasaba, me ha venido a la mente aquel capricho goyesco, el número 23, donde aparece la figura de un cabizbajo sentenciado, con su capirote, imagen genial de la humillación, y con el subtítulo Aquellos polbos. Añade el manuscrito de Ayala: "Perico el cojo que daba polvos a los enamorados".

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