La rara perfección del maestro

Una excelente selección de 80 cuadros de Pancho Cossío, el primero fechado en 1919 y los últimos entre 1967 y 1968, no es sólo un repaso a través de medio siglo de actividad artística de uno de nuestros mejores pintores del siglo XX, sino una nueva oportunidad para valorar con más adecuación lo que fue la historia de nuestra vanguardia a través de la calidad, lo más incontestable y perdurable en arte.En este sentido, hay que felicitar calurosamente a la Fundación Mapfre por la iniciativa, que, además, se apoya en una doble conmemoración, la del centenario del nacimiento del pintor montañés y l...

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Una excelente selección de 80 cuadros de Pancho Cossío, el primero fechado en 1919 y los últimos entre 1967 y 1968, no es sólo un repaso a través de medio siglo de actividad artística de uno de nuestros mejores pintores del siglo XX, sino una nueva oportunidad para valorar con más adecuación lo que fue la historia de nuestra vanguardia a través de la calidad, lo más incontestable y perdurable en arte.En este sentido, hay que felicitar calurosamente a la Fundación Mapfre por la iniciativa, que, además, se apoya en una doble conmemoración, la del centenario del nacimiento del pintor montañés y la del 25 aniversario de su fallecimiento, pero sin olvidamos de los comisarios que han puesto en pie la muestra, Pablo Jiménez y Fernando Huici, críticos jóvenes que han presentado en esta ocasión algunas telas hasta ahora inéditas y, sobre todo, que han dispuesto - un recorrido histórico impecable, muy bien subrayado en el montaje.

Recorriendo la exposición puede dar la falsa impresión que ésta se ha hecho sola, casi como por el ensalmo de la indesmayable calidad del pintor, que, como le suele pasar a los mejores, no sabe hacer las cosas artísticas mal, ni siquiera a propósito.

A veces, es cierto que, la bronca audacia del Cossío de los años veinte y principio de los treinta -Composición (1927), La tormenta (1931)- y, por encima de todo, la inesperada e inesperable belleza de algunos de sus muy intensos retratos falangistas -los de José Antonio (1943), Zancajo Osorío (1944) y Ledesma Ramos (c. 1945)- nos deja un poco melancólicos pensando lo que podría haber llegado a hacer aún más este extraño ser de haber concentrado todo su enorme potencial de extrañeza sólo en la pintura o de haber vivido las difíciles circunstancias personales e históricas que tuvo que vivir de una manera, no sé, más encalmada.

Misticismo

Sea como sea, lo que seguramente nadie le podrá reprochar es, pintor de la cabeza a los pies y hasta el final, el no haber encontrado siempre la mejor solución artística entre las disponibles. En este sentido, su virtuosismo de la madurez, cada vez más habitado por un soterrado misticismo que enciende y alarga refinadamente las formas como en un alucinado incendio, nos conmueve progresivamente, según pasa el tiempo. Véanse, si no, los bodegones que pintó a partir de los años sesenta, cuando comenzaba a ser olvidado, todos ellos dotados de una enjundia pasmosa, de una maestría lograda milagrosamente como quien pinta al desgaire, que es la rara perfección del maestro.

Pancho Cossío, 1894-1970. Fundación Cultural Mapfre Vida. Avenida General Perón, 40. Madrid. Apertura, 20 de octubre. Hasta el 15 de enero de 1995.

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