Crítica:CLÁSICA

La letra antes que el espíritu

La Philharmonia Orchestra, dirigida por Leonard Slatkin, inauguró la nueva temporada de Iberinúsica-Fundación Caja de Madrid. En el programa, autores y obras de éxito seguro: obertura de El rapto del Serrallo y Concierto para clarinete en la mayor, de Mozart, y Primera sinfonía en re mayor, de Mahler.La Filarmonía, con casi medio siglo de gran historia, es un conjunto ya familiar; se conoce su historial y su capacidad profesional, la brillantez de su bien empastado sonido y la ágil flexibilidad de su respuesta. Uno de sus excelentes solistas, el clarinetista Michael Whight...

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La Philharmonia Orchestra, dirigida por Leonard Slatkin, inauguró la nueva temporada de Iberinúsica-Fundación Caja de Madrid. En el programa, autores y obras de éxito seguro: obertura de El rapto del Serrallo y Concierto para clarinete en la mayor, de Mozart, y Primera sinfonía en re mayor, de Mahler.La Filarmonía, con casi medio siglo de gran historia, es un conjunto ya familiar; se conoce su historial y su capacidad profesional, la brillantez de su bien empastado sonido y la ágil flexibilidad de su respuesta. Uno de sus excelentes solistas, el clarinetista Michael Whight, protagonizó el concierto mozartiano. Whight cantó con mucha belleza, limpio fraseo y tenso ligado; en ése, como en los otros dos movimientos, parecía imponer la tersura de su estilo a toda la orquesta. En la obertura, cuya feliz continuidad anima la llamada música turca, Slatkin se dejó ganar por la tentación de la velocidad.

Orquesta Filarmonía de Londres

Director: L. Slatkin. Solista: M. Whight, clarinete. Obras de Mozart y Mahler. Auditorio Nacional. Madrid, 17 de octubre.

Mayor altura se alcanzó en la sinfonía Titán, adjetivación no del todo adecuada a la suma de evocaciones, emociones e intimidades que alberga, aunque a veces estallen en espectaculares fanfarrias y pasajes fuertemente dramáticos, como el último tiempo. No escuchamos exactamente una versión, ni una interpretación, pues Slatkin guardó las distancias y se limitó a que la ejecución de la letra fuera correcta -lo que no es poco- sin internarse por las secretas galerías del espíritu del que la letra es símbolo. La brillantez del final fue efectiva pero bien controlada y las ovaciones, se prolongaron hasta arrancar la esperada propina: esa danza eslava de Dvorak que se disputa con el preludio del tercer acto de Lohengrin, el adiós de los programas sinfónicos.

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