Tribuna

Pánico en la Estafeta

Todos se ponen de parte de ellos, nadie le defiende a él. Ellos son los mozos en el encierro, él es el toro que les persigue. Ellos son los que corren con arte y con riesgo, él es el que quiere coger y asesinar.Pocos saben o quieren entender que el toro es el gran sufridor en esta función: lejos de su medio, sobre un piso inhóspito y resbaladizo en el que justamente consigue tenerse de pie, en un ambiente hostil en el que únicamente acierta a reconocer tibiamente a sus hermanos de camada y al que le han proporcionado la compañía fugaz de unos cabestros zancudos que corren a su aire.

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Todos se ponen de parte de ellos, nadie le defiende a él. Ellos son los mozos en el encierro, él es el toro que les persigue. Ellos son los que corren con arte y con riesgo, él es el que quiere coger y asesinar.Pocos saben o quieren entender que el toro es el gran sufridor en esta función: lejos de su medio, sobre un piso inhóspito y resbaladizo en el que justamente consigue tenerse de pie, en un ambiente hostil en el que únicamente acierta a reconocer tibiamente a sus hermanos de camada y al que le han proporcionado la compañía fugaz de unos cabestros zancudos que corren a su aire.

Huir hacia adelante

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Basta un poco de sensibilidad para intuir que lo que pretende el toro es huir hacia adelante, con la creencia de que cuanto más rápido lo haga, antes acabará su tortura, superando a menudo en velocidad a los propios mansos, especialmente entrenados para este menester. Aculados en el pelotón de la manada lanzan derrotes certeros para que no se les acabe de perder el respeto, quieren dejar bien sentado que son toros y además bravos, ninguno quiere quedar rezagado, pues sabe que entonces, el sufrimiento alcanzará su máxima expresión.El pánico de los toros descolgados suele ser tan grande que se refleja en el agarrotamiento total de sus miembros y en un bloqueo de las neuronas que hará difícil su conducción hacia los corrales de la plaza. Entonces aparece su único aliado en la figura de los pastores.

Quizá sea el encierro una de las contadas ocasiones en las que el fin justifica los medios, en un fielato por el que deberían de pasar todas las corridas. Está ampliamente contrastado, incluso demostrado, que es muy beneficioso para evitar las caídas durante la lidia y, quien sabe, si también para mejorar el comportamiento de los toros en el ruedo.

Los toros que han corrido el encierro saltan al ruedo por la tarde desinhibidos y con ganas de demostrar su bravura. Empieza a ser una constante en la Feria del Toro que el juego de las corridas es mejor que las de esos mismos hierros en otras ferias importantes.

Hay quien aboga, tentando a la imposibilidad, por la instauración generalizada de los encierros al estilo de Pamplona.

Antonio Purroy es profesor de la Universidad Pública de Navarra.

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