FERIA DE SAN FERMÍN

"¡Ique, ique, ique!"

Ique era el grito. O sea, "¡Ique, ¡que, ¡que!". Y se coreaba en honor de Jesulín, que es de Ubrique. ¿Se van entendiendo la intención, la semántica y la exégesis? Todo empezó al hacerse Jesulín de Ubrique presente. Este joven diestro ha alcanzado una enorme popularidad por el desenfado con que se expresa en la televisión, es en la actualidad el torero que más conoce la gente y no necesita añadir otros méritos para tener ganado el triunfo de antemano.Una imagen vale más que mil palabras, se solía decir antiguamente en otro sentido, y ahora quien consiga divulgar su imagen puede hacerse de oro. ...

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Ique era el grito. O sea, "¡Ique, ¡que, ¡que!". Y se coreaba en honor de Jesulín, que es de Ubrique. ¿Se van entendiendo la intención, la semántica y la exégesis? Todo empezó al hacerse Jesulín de Ubrique presente. Este joven diestro ha alcanzado una enorme popularidad por el desenfado con que se expresa en la televisión, es en la actualidad el torero que más conoce la gente y no necesita añadir otros méritos para tener ganado el triunfo de antemano.Una imagen vale más que mil palabras, se solía decir antiguamente en otro sentido, y ahora quien consiga divulgar su imagen puede hacerse de oro. De manera que hecho presente en el redondel Jesulín de Ubrique, los mozos prorrumpieron a corear con estruendo: "¡Jesulín de Ubrique, ¡que, ¡que, ¡que!" y de ahí en adelante todo cuanto hizo el titular de la causa fue en loor de multitud.

Cebada / Ortega, Rincón, Jesulín

Toros de José Cebada Gago, bien presentados, justos de fuerza, manejables.Ortega Cano: estocada ladeada (silencio); media traserísima y descabello (silencio). César Rincón, tres pinchazos bajísimos, media baja y rueda de peones (algunos pitos); pinchazo -aviso con retraso-, otro pinchazo, estocada corta atravesada y descabello (silencio). Jesulín de Ubrique: bajonazo (dos orejas); estocada trasera perdiendo la muleta (palmas); salió a hombros. Plaza de Pamplona, 7 de julio. 2ª corrida de feria. Lleno.

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Lo que hacía consistió en pegar unos derechazos de meridiana vulgaridad mas cuando montó el número de su especialidad -los circulares, los muletazos empalmados, los parones, las espaldinas, una repetición de la jubilosa gala puesto de rodillas- aquello se convirtió en apoteosis. El bajonazo horrendo con que coronó la proeza desató el delirio.

El alcalde -que presidía la función, con su chaqué de bien cortado paño, su chisterita graciosa de tres reflejos, su sonrisa angelical- le concedió las dos orejas solicitadas por aclamación.

La vuelta al ruedo del triunfador fue un baño de multitud, caían flores, bebidas, viandas; caían mozos exaltados y mozas conmovidas; le anudaron al cuello pañuelicos sanfermineros; el presidente de las peñas -este con su mal cortado chaqué, su opaca chistera, sus pantalones rayados estilo bermudas- también le puso el suyo con la solemnidad que acostumbra, y concluída la memorable ofrenda, volvió el grito de guerra que habrá de convertirse en himno nacional del jesulinismo militante: "¡Jesulín de Ubrique, ique, ique, ique!".

Muy gráficos, intencionados y directos estaban los mozos sanfermineros. Al hacerse presente Ortega Cano en el primer toro, le cantaron el vals de Astrain con una escueta y enternecedora letrilla que se circunscribía a un solo nombre y concepto: "Rocío, qué buena estás". Y Ortega Cano correspondió cortesmente dando las gracias y saludando a la afición. Ortega Cano es un gentleman, no cabe duda. Y es asimismo un torero de los buenos, lo que demostró instrumentando unos ayudados soberanos, una tanda hermosísima de redondos, el pase de pecho, la trincherilla y ahí quedó eso.

Quedó como una reliquia valiosísima, pues ya no volvió a producirse la emoción del toreo en toda la tarde. Ni siquiera Ortega Cano consiguió repetir el alarde quizá porque le debió de desconfiar la casta potente del toro, y ya no tuvo sosiego ni en ese ni en el cuarto. César Rincón perdió totalmente los papeles en su primero, al que no se pasó por delante ni una vez, y al quinto lo toreó con más precauciones que ideas. El sexto se quedaba corto o se revolvía en el remate de las suertes y Jesulín, que se pierde en el fárrago inmenso del piélago tenebroso en cuanto el toro no le permite parones ni espaldinas, optó por abreviar.

Las peñas estaban con él, no obstante, y se esperaba que repitieran el "¡Ique, ique, ique!" triunfal, que ya es santo y seña del jesulinismo militante, pero sorprendieron a todo el mundo -titular de la causa incluído- con una reacción surrealista: le cantaron Tot el camp es un clam, que es el himno del arsa. Verdaderamente, la naturaleza humana es imprevisible.

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