Crítica:

El mejor camino

El público puso el cartel de "no hay entradas" en la presentación de Counting Crows en Madrid. Natural. No es frecuente conocer de cerca a alguien a quien le ha tocado la lotería. A lo mejor cae algo. Y al quinteto californiano le ha tocado el gordo. Con un solo disco, han subido a lo más alto y al mejor sitio: el de los considerados gran promesa.

Counting Crows es la revelación del año porque refleja a una generación que recupera la naturalidad y la sencillez de los años sesenta que no conocieron, sustituyendo aquella ilusión por una decepción mezclada con cierta amargura que ar...

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El público puso el cartel de "no hay entradas" en la presentación de Counting Crows en Madrid. Natural. No es frecuente conocer de cerca a alguien a quien le ha tocado la lotería. A lo mejor cae algo. Y al quinteto californiano le ha tocado el gordo. Con un solo disco, han subido a lo más alto y al mejor sitio: el de los considerados gran promesa.

Counting Crows es la revelación del año porque refleja a una generación que recupera la naturalidad y la sencillez de los años sesenta que no conocieron, sustituyendo aquella ilusión por una decepción mezclada con cierta amargura que arrojan con una música que suena contemporánea por puramente añeja.

Son canciones de cinco minutos, en las que los arreglos instrumentales son muy leves y lo que se pretende es la interpretación a través de crear un ambiente in crescendo. Pocos acordes en largo desarrollo, estribillo muy peculiar y se acabó. Todo para buscar el sonido preciso: opaco, borroso. Nada de florituras.

Counting Crows

Adam Duritz (voz), David Bryson (guitarra, coros), Charlie Gallingham (hammond, acordeón, teclados, coros), Matt Malley (bajo), Steve Bowman (batería, coros), Dan Vickrey (guitarra, mandolina, coros). Precio: 1.800 pesetas. 1.100 personas. Sala Pachá. Madrid, 20 de abril.

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Claro que ahí está Adam Duritz para demostrar que es un artista a considerar. Compositor de la mayoría de las canciones del grupo, su sentido de la interpretación y de la dramatización escénica es magnífico. Tiene una voz de las desgarradas -sin la aspereza de Van Morrison, con quien le une esa capacidad para dar la impresión de cantar cada vez la misma canción de manera diferente-, en las que la desafinación se incorpora a la música y en la que la aparente imperfección queda enterrada por la entrega y el dramatismo.

Con Duritz al frente, no es de extrañar pues que a la segunda canción, la magnífica Round here -un tema precisamente sobre la decepción- Counting Crows alcanzase un punto muy alto. En otros momentos conectó por la vía de la emoción.

Un poco más tarde llegó Omaha (sobre el sentimiento cíclico de la vida), otra gran canción que el grupo aprovechó para sacar a escena acordeón y mandolina, rematando el resurgimiento del folk-rock, del cual muchos van a comer en los próximos años. Y después Ghost train, con ambientación espesa a lo Doors, aparentemente anárquica y oscura. Y su gran éxito Mr. Jones -sobre la fama-, la única canción que se sale de la lentitud general y busca -en directo más que en disco- tiempos medios más comerciales y que corren el peligro del cliché. Después llegó un sutil acercamiento al country -de nuevo la raíz- y más excelentes canciones, alguna con el peligro de la monotonía a fuerza de repetir esquemas.

El éxito de Counting Crows indica lo que se avecina y que se resume en una palabra: naturalidad. Naturalidad para abordar la música buscando la máxima expresión con la mínima sofisticación. Si a esto se une, como es el caso, la impresión de veracidad, puede llegar a ser un buen camino. Para Counting Crows, el mejor punto final.

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