Tribuna:

Estar enfermo es dulce

Hay una inconfesada Escuela Poética Valenciana, de autores que escriben en castellano, cuyo maestro indudable -sin plena consideración nacional-, es Juan Gil-Albert: el íntimo indolente. Escuela que no pudo ser en los años franquistas y parece no querer serlo todavía. Por ocultas razones de todos conocidas o por exquisita educación mediterránea. Juan hizo extender el jardín griego -y lo hace todavía- hasta la misma playa de Valencia, una larga alameda con columnas, donde pueden verse, entronizados, los dioses de la belleza. Invisible jardín mediterráneo, huerta de sol, donde el olivo y el nar...

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Hay una inconfesada Escuela Poética Valenciana, de autores que escriben en castellano, cuyo maestro indudable -sin plena consideración nacional-, es Juan Gil-Albert: el íntimo indolente. Escuela que no pudo ser en los años franquistas y parece no querer serlo todavía. Por ocultas razones de todos conocidas o por exquisita educación mediterránea. Juan hizo extender el jardín griego -y lo hace todavía- hasta la misma playa de Valencia, una larga alameda con columnas, donde pueden verse, entronizados, los dioses de la belleza. Invisible jardín mediterráneo, huerta de sol, donde el olivo y el naranjo saludables acompañan los paseos del poeta, la estudiosa y deleitable vagancia de la mirada, la calidad y cantidad del aire, la dejadez del hombro al pie del níspero, el roce de una mano joven.

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Juan escribe un endecasílabo ajustado y dúctil. De precisión diamantina no exenta de aparente dejadez. Sus sonetos, ese gran intento, rebosan encantamiento. Toda su obra, tanto en verso como en prosa, es el fruto de querer fundamentar a la orilla del mar una academia jubilosa, donde la juventud del cuerpo, la belleza y el amor, rindan gracia. Juan escribe toda su obra dulcemente. Y proclama el mundo. Quiere dejarlo lleno de señales queridas, de estatuas poéticas. Por eso redacta Los homenajes. Toda un mitología personal va aposentándose a la orilla de su mar: "Hace ya varios días, en la playa, dejé un poema nuevo". Él es el continuador de una estética latina, de la grecicidad, espacio donde "la vida es ocio", "vivir es lo más íntimo del mundo", y donde "estar enfermo es dulce".

Conocí a Juan Gil-Albert de la mano de Francisco Brines. Josefina Betancor y yo publicamos en Taller Ediciones JB su Heraclés, Madrid, 1975. Él vino a Madrid por entonces y Josefina lo visitó frecuentemente en Valencia. Hoy, nonagenario, vive su placidez en su casa, llena de recuerdos, perfumes, húsares y zarinas, rumores...

En fin, Juan, contempla tu jardín mediterráneo desde la altura de tu creatividad, generosidad y sabiduría, mientras tus viejos amigos te recuerdan deseándote salud, vigor, complacencia y alegría. Tú, el creador, el amador de la estética poética valenciana, mediterránea, universal.

Manuel Padorno es editor de Juan Gil-Albert.

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