Crítica:DANZA ANA SOLER Y ARTURO AGUILAR

El talento natural

Compañía Ana Soler y Arturo Aguilar.El joven Arturo Aguilar tiene un talento nato para el baile español. Su formación se nota amplia y su manera de hacer marca una diferencia de acento que se nota desde que pisa el escenario, aunque su ímpetu y crispación le reste, por momentos, grandeza. Y no hablo de estatura, naturalmente. Aguilar es menudo, con un físico fuerte y típico que ya sabe manejar.La nueva compañía que se presentó en el Calderón y que hace una gira por la red de teatros de Castilla y León, en su modestia, tiene una dignidad que parte de lo auténtico y hasta racial de alguno...

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Compañía Ana Soler y Arturo Aguilar.El joven Arturo Aguilar tiene un talento nato para el baile español. Su formación se nota amplia y su manera de hacer marca una diferencia de acento que se nota desde que pisa el escenario, aunque su ímpetu y crispación le reste, por momentos, grandeza. Y no hablo de estatura, naturalmente. Aguilar es menudo, con un físico fuerte y típico que ya sabe manejar.La nueva compañía que se presentó en el Calderón y que hace una gira por la red de teatros de Castilla y León, en su modestia, tiene una dignidad que parte de lo auténtico y hasta racial de algunos de sus miembros, especialmente María Carmona, con su bronca voz y su franqueza, su desenfado y sus arranques, donde la espontaneidad no es capaz de opacar la raza.

Noche de Santiago y Palos flamencos

Dirección: Francisco Sánchez. Teatro Calderón. Valladolid, 19 de marzo.

La primera pieza es un ensayo teatral sobre La casada infiel, de Federico García Lorca. Ya Antonio Ruiz Soler había hecho su versión y María Rosa lo repuso en 1993. Si la historia ha indultado la pieza del gran Antonio es, teatralmente, por su concentración. En este caso no sucede así, pues hay una dispersión en el tiempo, una ausencia de lectura y dramaturgia que le hace perder sus buenos momentos, que, a pesar, los tiene. En el programa no aparece la palabra coreografía, y eso es lo que falta: sentido del espacio, meollo de la invención de movimientos.

La segunda parte es una especie de cuadro flamenco al uso donde falta un poco de imaginación en las composiciones, aunque de todas formas es bastante mejor que la primera. No se llega a comprender muy bien la selección de las danzas y ciertos elementos de vestuario que no casan estéticamente con el conjunto. Buenas luces y sonido aceptable dieron marco al despliegue de Arturo Aguilar, que evidentemente se siente más cómodo en ese hecho abstracto, un baile autónomo, ya sea creativo o tradicional, que insertado en un complejo argumental que no es tal.

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