Un maldito contemporáneo
La moda Artaud puede ser casual, deberse a una coincidencia en el tiempo de las reediciones y las películas, pero es muy posible que corresponda también a una imagen distinta de lo que es un intelectual y artista. Antonin Artaud había sido actor de Dreyer, Fritz Lang y Abel Gance, coguionista de Germaine Dullac y poeta visionario antes de convertirse, a raíz de un viaje a Irlanda que acabó en peleas callejeras, en carne de manicomio.
Casi nadie intervino para salvarle. Los surrealistas le detestaban porque había criticado el compromiso marxista de Breton: "Como si desde el pu...
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La moda Artaud puede ser casual, deberse a una coincidencia en el tiempo de las reediciones y las películas, pero es muy posible que corresponda también a una imagen distinta de lo que es un intelectual y artista. Antonin Artaud había sido actor de Dreyer, Fritz Lang y Abel Gance, coguionista de Germaine Dullac y poeta visionario antes de convertirse, a raíz de un viaje a Irlanda que acabó en peleas callejeras, en carne de manicomio.
Casi nadie intervino para salvarle. Los surrealistas le detestaban porque había criticado el compromiso marxista de Breton: "Como si desde el punto de vista del absoluto tuviese la más mínima importancia el ver cambiar la estructura social del mundo". Mediados los años treinta realiza un viaje a México y entra en contacto con los tarahumara y el peyote, esperando abrir su alma a los principios que rigen la vida y la muerte.
Es una trayectoria demasiado extraña para la Francia de intelectuales comprometidos, directamente politizada. De pronto se ha convertido en un auténtico marginal cuando todos, incluso los marginales, tienen un carné y pertenecen a algún grupo. Ésa es quizá una parte de su atractivo actual, la del individuo libre que no responde a otros principios que a los de su verdad y menosprecia los compromisos momentáneos.
Cuando gente como Adamov, Desnos, Dubuffet o Gide intervinieron para liberarle de su "temporada en el infierno" de Rodez era ya muy tarde. Artaud había perdido todos sus dientes y estaba enfermo. En el teatro del Vieux Colombier dio una conferencia que a todos pareció un modelo de incoherencia hasta que él mismo empezó a apuñalarse y a recordarles hasta qué punto representación y vida podían ser una misma cosa. "Amo los poemas de los hambrientos, de los enfermos, de los parias".
El se sabía condenado a la lucidez de un pensamiento que no podía explicarse a partir de un análisis cartesiano. Quienes le rodeaban quedaron contaminados por su figura y su manera de razonar. "Nunca he estudiado, pero lo he vivido todo y eso me ha enseñado algo".