Crítica:

El bosque de los signos

Las pinturas más recientes de Joan Pere Viladecans (Barcelona 1948) se caracterizan por la importancia expresiva concedida a un repertorio sígnico determinado, y al uso de colores en estado puro sobre un fondo textural de relieve más o menos constante y generalmente monocromático. Su homogeneidad, tanto en su temática como en su resolución y su formato -lienzos de pequeño tamano-, se debe a un decidido afán de obtención de un lenguaje personal reconocible.En esta exposición, la mayoría de los signos utilizados provienen del mundo natural estampados sobre o bajo signos geométricos abstractos, l...

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Las pinturas más recientes de Joan Pere Viladecans (Barcelona 1948) se caracterizan por la importancia expresiva concedida a un repertorio sígnico determinado, y al uso de colores en estado puro sobre un fondo textural de relieve más o menos constante y generalmente monocromático. Su homogeneidad, tanto en su temática como en su resolución y su formato -lienzos de pequeño tamano-, se debe a un decidido afán de obtención de un lenguaje personal reconocible.En esta exposición, la mayoría de los signos utilizados provienen del mundo natural estampados sobre o bajo signos geométricos abstractos, líneas, manchas de color, barniz, pasta de papel y cera. En cualquier caso, no para formar capítulos de un anecdotario narrativo ni tampoco como estudios de ejercicios representacionales.

Viladecans

Galería Joan Gaspar. Plaça del Dr. Letamendi, 1. Barcelona. Hasta finales de abril.

Su significado, fuera de la creencia de las posibilidades de la pintura, basada en la expresividad de la materia, el color y la ambigüedad de las formas, es, con todo, de dificil acotamiento. Y ello no se debe a una supuesta intencionalidad alegórica o al hermetismo del mundo interior del artista, sino más bien, pensamos, al entendimiento de la obra de arte como algo autónomo, cuyas claves se encuentran en la explotación de aspectos sensoriales y psicológicos que incluyen también, además de al autor y la obra, al espectador.

La lectura más satisfactoria de la obra, quizás, sea la observación de una voluntad de establecimiento de un universo simbólico, paralelo a la naturaleza, a la fragilidad y complejidad de sus ecosistemas, y jerarquizado subjetivamente. En los últimos trabajos de Viladecans hay mucho de intuición, de utilización de la pulsión creadora expresiva como generadora de estructura, siempre a partir del juego entre los elementos formales.

Se trata, sin embargo, de una propuesta arriesgada que puede caer en la decoratividad , en el falso abarrotamiento de un espacio vacío mentido, cuya interpretación variaría de acuerdo con la predisponibilidad del receptor hacia este tipo de práctica. Viladecans se acoge a una tradición que partiendo del informalismo premia la interacción del color y el gesto sobre la superficie plana. Su labor, en cualquier caso, es interesante. Y el artista, asumiendo la extinción de los ismos, utiliza los elementos que le interesan con gran dominio técnico.

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