Crítica:CINE

Del documento a la tragedia

En 1989 los televisores de todo el mundo registraron perplejas las imágenes de tres irlandeses de Belfast de alrededor de 40 años que, tras pasar 15 en una prisión inglesa, acababan de ser declarados inocentes en la revisión -lograda por una abogada londinense- del proceso que en 1974 les condenó a cadena perpetua como autores de un sangriento atentado del IRA a un pub frecuentado por soldados en los alredores de Londres.Un cuarto inculpado en aquella inconcebible farsa judicial no pudo recuperar la libertad: había muerto cinco años antes en su ceída. Los rostros, desencajados por la al...

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En 1989 los televisores de todo el mundo registraron perplejas las imágenes de tres irlandeses de Belfast de alrededor de 40 años que, tras pasar 15 en una prisión inglesa, acababan de ser declarados inocentes en la revisión -lograda por una abogada londinense- del proceso que en 1974 les condenó a cadena perpetua como autores de un sangriento atentado del IRA a un pub frecuentado por soldados en los alredores de Londres.Un cuarto inculpado en aquella inconcebible farsa judicial no pudo recuperar la libertad: había muerto cinco años antes en su ceída. Los rostros, desencajados por la alegría y turturados por la ira, de los tres supervivientes de los Cuatro de Guilford, son y serán una llamarada de indignación, la imagen con los dientes apretados de la respuesta en carne viva a uno de los más fríos crímenes de la historia británica reciente, ejecutado por altas jerarquías de la seguridad británica en un caso químicamente puro de terrorismo de Estado.

In the name of the father

Director: Jim Sheridan. Guionistas:Terry George y Jini Sheridan. Fotograria: Peter Biz¡ou. Música: Trevor Jones. Irlanda, 1993. Intérpretes: Daniel DayLewis, Enima Thompson, Pete Postlethwaite. Estreno en Madrid: Avenida, Palacio de la Prensa, Luchana, Peñalver, Excelsior y en versión original subtitulada en el Princesa y Renoir.

En el nombre del padre finaliza con una reconstrucción de estas imágenes mundialmente conocidas y narra con extraordinaria precisión, de cabo a rabo, sin dejar un solo cabo suelto y en un perfecto ejercicio de síntesis, el calvario de estos cuatro hombres casi indigentes, extraidos de las zonas más pobres y marginales de la emigración irlandesa en la capital británica y elegidos como carne de canon en algún despacho -todavía hoy innombrable- del aparato decisorio del Estado británico, para que contra ellos se fabricaran las pruebas de su culpabilidad y se destruyeran sus coartadas, con objeto de dar con la farsa de su procesamiento y condena camaza a una opinión pública alarmada por la escalada de atentados y necesitada urgentemente de culpables reales o imaginarios.

Ofician este descenso, escalón tras escalón, a un rincón del infiemo de este mundo, tres actores portentosos: Daniel Day-Lewis, Pete Posflethwaite y la célebre Emma Thompson, esta vez en un pequeño cometido de actriz secundaria que ejecuta con la humildad y precisión que solo poseen los genios generosos de su oficio. El filme alcanzaría la excepcionalidad tan sólo por el vigor de este juego triangular, pero va más allá en razón del largo y solidísimo reparto que lo arropa y sostiene. Es un filme coral, del que emergen identidades individuales de extrema singularidad.

Y la singularidad se hace pura y simple excepcionalidad durante las escenas cruciales donde discurre el intenso dúo lírico entablado, en el centro neurálgico de este filme político, documental y febril, entre Daniel Day-Lewis, que interpreta al principal acusado, Gerry Conlan, y el extraordinario Pete Postlethwaite, que recrea a la apacible, pero amarga y aplastante figura del padre de este, muerto en prisión en 1983.

La tierna y dolorosa relación entre padre e hijo permite al eficacísimo director irlandés Jim Sheridan y a su excepcional guionista Terry George llenar la médula del áspero relato con un consolador debate dentro de las zonas sombrias de la patemidad, de modo que la luz penetra inesperadamente en ellas. No es este un fácil recurso melodramático de relleno, más o menos arbitrariamente encajado en la acción para endulzarla. Todo lo contrario, es una forma compleja y llena de coraje de ahondar en la verdad subterránea del asunto.

¿Por qué? Patemidad y culpa son realidades y por tanto ideas primordiales en estos parajes del infortunio humano y contienen -en el arte de la representación desde que hace infinidad de siglos nació un tal Edipo- extranas y perturbadoras afinidades e interconexiones, que este filme destapa y afronta con vigor y, gracias a la hondura de los intérpretes, con contundencia dramática casi contagiosa y desveladora de algunos fondos íntimos y oscuros qúe hay bajo el lado objetivo y documental del suceso: el peso mortal de la Historia sobre los hombres comunes y sus gloriosas miserias.

Y el rostro, casi un fetiche periodístico, de Gerry Conlan, líder de los Cuatro de Guildford, se hace así mito y, con él, la hermosa película trasciende el documento y remonta el vuelo hacia el poema trágico, en ese tipo de elavaciones que solo alcanza, cuando raramente logra hacerlo, el gran cine.

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